Entre tú y yo
30 y 31 de marzo de 2015
El día que me enseñasteis el lenguaje
aquel día os odié
el día que me dijisteis cómo formar los signos en mi mente
cómo trazarlos sobre el folio
el día que me enseñasteis a ejecutar sus ruidos
e incluso
a descifrarlos entre las voces
de los otros
os odié.
Cada vez que he querido decirte algo desde
entonces
he debido aplicar
uno por uno
cada paso.
Por qué tantos obstáculos,
por qué tantas etapas intermedias
entre tú y yo.
30 de marzo de 2015
Cultura
29 de marzo 2015

Alvar Aalto. Giselle Bündchen. Octavio Paz. 1990 y JOYCE nacía en mis diez años de edad. 1980 y yo nacía en el germen creativo de una revista que aunque brillaba en su reencarnación anterior ya estaba predestinada a ver la luz. En 2002 se produjo un episodio aterrador: alguien me pidió que escribiera. Aquel día sentí el pánico que se siente cuando alguien te pide que hagas exactamente lo único que sabes hacer. Alvar Aalto fue mi primera mentira. Años de decir que sí, que le conozco, y menos de una hora para realizar un ejercicio convincente y sin grietas de 5.000 caracteres. Años imaginando la moda y el estilo de vida como pequeñas siluetas recortables con vestidos aleatorios y descubrir de golpe, con el tiempo, que la única prenda convincente es un concepto llamado Cultura. Giselle Bündchen fue la primera aquella noche en Nueva York para sentirme lanzado a la vida. En una fiesta, lo suficientemente cerca -y mucho más lejos aún- para entender que la ficción maravillosa es siempre insuficiente ante la realidad. Octavio Paz y la revista JOYCE me enseñaron que lo escrito en un minuto permanece, y que a pesar del dolor, el bosque y la resina… el ser humano es capaz de devolverle algo al papel.
10 de agosto de 2014
Hoy, sentado en una casa unifamiliar en el Bassin d’Arcachon con un tipo al que no había visto en la vida, vuelvo a pensar de alguna forma en ti. En la pantalla de su móvil, que acaba de apagarse, Pierre -que así se llama- cree estar enseñándome a su hija recién nacida.
- Es preciosa, dice.
- Desde luego.
Pierre tiene la boca tan pequeña que las palabras descienden ordenadas. La boca de Pierre sería incapaz de formular mentiras. Las limitaciones son físicas, no intelectuales. En ocasiones mentir es un bote de salvación.
El ruido es de un bebé desperezándose en el teléfono, pero sigo sin lograr atisbar nada.
- Preciosa, repite.
- Sí.
-Roxane.
La euforia de Pierre le lleva entonces a leerme el TOP-5 de nombres de su lista antes de elegir ‘Roxane’.
Victoire, Penélope…
Hoy Daphné, lo creas o no, en una casa unifamiliar en el Bassin d’Arcachon, escucho en la boca diminuta de un desconocido tu nombre en esa lista. Nada extraño si no fuera porque el siguiente nombre alternativo es el de tu hermana melliza.
No es un nombre corriente, no. Es más bien una palabra susurrada o un secreto cómplice. Oficialmente tu boca ha dejado de tenerlo en exclusiva.
10 de julio de 2014
(1) Un técnico de sonido deficiente, (2) el operario de una agencia de viajes, (3) mi cerebro. Hace sólo diez años rodamos una película de lo que debería ser la noche, su superficie interna, una versión restringida al pensamiento del autor.
Un amigo común había insistido en presentarnos -francesa, rubia, bla, bla, bla-. Luego se había sentado para enseñarle la boca a un par de niños curiosos.
- Un diente roto, dicen.
- Sí.
Viendo pasar la tarde en un campo de fútbol parecemos tan viejos y consumidos como nuestras bocas.
La humanidad oscila en los bordillos. 2004. Alarmados por las cifras de natalidad, Babyboomers se amontonan en islas estadísticas. Sus hijos responden con monosílabos a la neblina del televisor, tú y yo nos refugiamos en un cubil por horas. Hace un par de segundos vaho en nuestras bocas, ayer nos conocimos en Puerta del Sol, hace unas semanas hablamos por primera vez en Internet. Tecleamos.
Teclear es para mí como viajar al pasado.
- ¿Tienes novio?
- Depende.
- ¿De la realidad o de cómo sea yo cuando nos conozcamos?
- Depende de las dos cosas pero sí, tengo novio.
Ahora tienes ojos alienígenas, estamos frente al Oso y el Madroño -en su antigua ubicación- y decimos hola qué tal, llevas mucho esperando (…). En las fotos pareces más corpulenta y vulgar, Daphné. Retratos disparados sin objetividad, versiones de ti misma traducidas por tu propia mente, acotadas, a medio camino entre el retrato robot y la caricatura. La información adicional de tu presencia física es suficiente para corregir el error. Estás preciosa. En las siguientes horas nos contamos nuestras vidas al esprint, como bajando escalones de dos en dos. Tu camisa negra nunca me parecerá un obstáculo físico, más bien la puerta abierta hacia un paisaje lúdico y final.
Todo lo que me gusta de ti.
2014. Llevas cinco años sin escribirme una sola palabra. Antes pasaban dos semanas, cuatro meses, y volvías. Hoy tu silencio me hace pensar lo peor. Regresar al principio es esterilizar el tiempo. Guardaré los secretos sobre ti. Han pasado 24 horas y te espío a través de una mampara transparente. Estás preciosa. Nos secamos el sudor el uno al otro. La mañana está a punto de caer a una velocidad terrible. Una única vez después de las palabras yo me duermo. Tu permanecerás despierta con los ruidos obscenos, con las sombras, atenta y distraída a partes iguales, transformando algo anecdótico como la desnudez en nuestra geografía del futuro. Los planos recurso son extrañamente abstractos, imagina cientos de arcoíris de metacrilato, dos espaldas lechosas discriminadas por el encuadre, la lengua de un perro acelerada, en la frontera de su hocico retrocede.
(2) El operario de la agencia de viajes me pregunta si entre todos los cuerpos de mi biografía yo desearía regresar al tuyo, al de esa noche. Le respondo que no. Me gustaba tu cuerpo, ese no es el problema, pero quizás lo que marcó la diferencia entre tú y yo fue el peso decisivo de la ausencia del otro. Primero desde Londres, desde Australia, en China, luego de vuelta a París. Siempre a través de una cámara, nunca como esas dos únicas citas en Madrid. Una noche llamaste desde Beijing, sollozabas, te asomabas al mundo desde un pico de pánico. Te hablé muy despacio con la luz apagada, fui arrastrando cada jodida palabra a través de la línea telefónica hasta sentir que me cebaba con tu daño, que relajaba tu mandíbula, hasta escuchar que en un momento dado te servías un vaso de agua, abrías la ventana y pasabas a otra cosa. Entonces parecía la voz de otra persona, pronunciabas mi nombre y añadías:
- Ahora voy a colgar para poder pensar, G. Quizá tarde una hora, pero voy a hacer una lista de todas las cosas que me gustan de ti.
Hoy, Daphné, por razones que desconozco, no te tomaría ni un segundo completar esa lista.
1 y 16 de junio de 2014
[00:32:10] Daphné: A pesar de todo no era peor
[00:32:18] Daphné: que cualquier otra habitación
[00:32:26] Daphné: y me gustaba tu bici, la luz,
[00:32:40] Daphné: tener que levantarnos a encender.
[00:33:20] Daphné: Y estar contigo era tan…
[00:34:35] Daphné: … no encuentro la palabra
[00:35:10] Guillermo: ¿Especial?
[00:35:36] Daphné: No, algo como dépaysant en francés
[00:35:47] Daphné: pero sin ser exactamente eso
[00:35:50] Guillermo: …
[00:36:10] Daphné: Bueno no la encuentro
[00:36:35] Guillermo: No importa:
[00:36:50] Guillermo: cuando la encuentres será la primera
[00:36:50] Guillermo: palabra de nuestro diccionario.
…
[00:37:15] Daphné: vuelvo en 3 minutos
[00:37:40] Guillermo: ok
[00:38:53] *Daphné (Dirección de correo electrónico sin comprobar) está ahora Inactivo.
[00:42:38] Guillermo: van más de 3 minutos!!!
[00:42:49] Daphné: estoy!
[00:42:52] Guillermo:)
[00:42:53] *Daphné (Dirección de correo electrónico sin comprobar) está ahora En línea.
2.
Diez años más tarde el cerebro se imagina una foto de nosotros: un paisaje de montaña, cada uno con una bicicleta. Es una escena aleatoria. Curiosamente las ruedas, el marco, el manillar, todo parece desproporcionado en relación con los cuerpos. También las variaciones en los ojos, las bocas, el rictus. Nuestras representaciones en papel lucen imprecisas y grotescas, como si hubiésemos evolucionado hacia algo que no somos.
Hoy te he dibujado y me ha sucedido algo similar. Aunque de costumbre me resulte sencillo terminar un retrato, en tu caso dudaba trazo a trazo. Al encontrarme en la oficina he probado una metodología diferente: cuando un trazo me parecía correcto, lo sacaba 10 veces en la fotocopiadora. En primer lugar un ojo, el izquierdo, fotocopias, luego el segundo, asimétrico, pruebo otra vez, irreal, pruebo otra vez, fotocopias, así indefinidamente. Cuando el retrato está completo y me deja satisfecho -ni demasiado perfecto ni demasiado torpe- saco otras diez copias antes de colorear las sombras. Luego llevo las copias a mi casa, se quedan por error en una mesa y con el paso de los días veo versiones de ti misma en manos de una niña de tres años y de un niño de uno. Le encontraron sentido a terminar la obra de su padre. La mayor ha completado las líneas que no existen, el pequeño ha sepultado tus ojos bajo un velo de negros y marrones. El resultado final de cada dibujo, Daphné, me acerca tanto a ellos como me aleja de ti.
23 de mayo de 2014
cuando regrese el temblor
cuando la chica del servicio de
limpieza se incorpore y
avance
mantén la boca cerrada
cuando
recoja a tientas pañuelos gris
parduzco, retire
quillas de pescado del arco de tu
espalda, cuando
volvamos a escuchar ese zumbido parásito
no muevas ni un pelo
entonces. Te
fascinaba ayer una
señora
extraña en la
pantalla, el perfecto
ejemplar de monstruo
humano. Tú no decías
nada, ella aceptaba
órdenes de otros
tú
decías que desde nuestra
habitación eras
capaz
de colarte en cualquier antro del
mundo.
Me pediste que te contase una
historia, yo
estaba desnudo robando las
amenities, te dije que
el neón
del restaurante de
abajo es en verdad un
eclipse, tú te reíste mucho
y
regresaste al
computer, la mujer
se apagaba por falta de
propinas.
En el lado derecho de tu
cráneo
creí ver de repente ganas de
marcharte
amabas viajar
con
camioneros
trepar por su regazo en bosques de
aduanas
en su triángulo inferior tu superficie
adhesiva;
me pediste otra historia
entonces,
te dije que el neón
del restaurante de
abajo
convertía la ventana en
un gran ojo
miope.
Después sonó el teléfono
tan fuerte
que dijiste sí
sí
sí
una vez y
otra, hasta
seis veces
sí
y
la chica del servicio de
limpieza trájo róbalo
a la plancha por error, latas de
Tab a caballo
regalado dijiste y esa chica olía a hurgarse las
encías dios si
olía
olía a no haberse
lavado debajo de los
brazos
le dijiste a la chica
cuenta una historia
anda
y ella dijo que
las bombillas de neón del restaurante de
abajo hacían todas
ellas
un ganbang
con la noche.
Desabrochaste su camisa era de
pechos pequeños
el primer golpe de tierra nos pilló por
sorpresa
-cinco coma seis-
un maldito bocado en la escala de
Richter
los cuerpos se llenaron de espíritus de
polvo
de Newtons diminutos
de fósiles compuestos
-seguramente-
de un poliexpan
primigenio. Después la habitación se puso de
costado, las luces de neón
del restaurante de abajo hablaron por
error un morse de
luciérnagas
perdimos la conciencia
*****
En mi sueño fui mordido por termitas
maniacas
vi capítulos de Futurama escritos por
Bolaño
en la videocámara bailabas a cambio de
propinas
un camarero del restaurante de abajo pidió
ayuda gritando en los escombros,
respirabas
un divorciado de Minnesota
te dio la enhorabuena
y también una asquerosa cantidad de dólares por
Paypal.
Con razón:
acababas de
ponerle la hombría
como la clavícula de un
transformer.
Ese señor con las manos en los bolsillos, el mismo que se hurga la nariz con un inhalador, ha cruzado la frontera para renovar su visado en Tailandia. Esos dicaprios con capucha, también. En unas horas emprenderán el camino de vuelta. Amanece a las puertas de Vientiane, capital del país del millón de elefantes, del “millón de insignificantes” también. Así lo bautizaron los reporteros desplazados para la Guerra de Vietnam en los 60 y 70; esos que vieron hacerse de noche de repente, que temieron haber abusado de las drogas y pellizcaron sus brazos esperando despertar. Me lo cuenta la guía del Museo Nacional de Laos. Estamos a las puertas de su edificio colonial. Fuma un cigarro. “Imagina la expresión más grande de terrorismo”, dice, “y te quedas corto”. Ahora me pregunta por la población de un país como España. Le interesan los conflictos, las explosiones, los atentados. Luego suelta una cifra: “500 kilos de bombas”/”¿En total?”, pregunto./“Por persona”, dice. Y añade: “Durante aquellos años eso es lo único que nos deparó la historia”. Entre 1964 y 1973 la Fuerza Aérea de los Estados Unidos lanzó una lluvia de 2.000.000 de toneladas de explosivos en territorio laosiano con el objetivo de debilitar su línea de suministros con Vietnam. “Como un caleidoscopio”, dice. “Levantabas la vista y el cielo se abría en innumerables fragmentos. Cuentan los supervivientes que al impactar con el suelo las bombas despegaban a la gente de sus cuerpos”. Y concluye: “medio siglo más tarde esto parece Disneylandia”. Exagera. Mientras el resto del Sudeste Asiático se encuentra hoy devorado por el turismo de masas, Laos se ha encomendado a la ‘labelización’ de la UNESCO para blindar parte de su riqueza cultural. Así sucedió con Luang Prabang en 1995, cuya herencia real y colonial era plato muy goloso para touroperadores y constructores megalómanos. Su etiqueta de Patrimonio de la Humanidad ha sido garantía de restauración y protección de callejones, pagodas o casas coloniales, que respiran una segunda juventud sin evitar desequilibrios como tuk tuks y motos en vez de gallinas.
(…)
Ahora sentado en una tasca en Luang Prabang. Es el principio de la tarde. Un estruendo de risas porque alguien acaba de invitar a una ronda de Lao Beer. El camarero me explica que la otra bebida nacional es el Mekong. Lo dice con un punto de ironía. Me cuenta que en medio del conflicto una facción extremista juró que sus aguas enaltecían el comunismo, que beber del Mekong era una prueba de fe en la revolución. Una anciana occidental pega caladas a un pito sospechoso. Le pregunto qué fuma y me responde ‘budismo’. A unos metros un niño con triciclo introduce en sus pantalones una larga pistola de juguete. Realiza el gesto de forma teatral. Luce manchas de pintura roja en las mejillas y la frente, a modo de heridas de guerra. Su imagen me distrae. Morir de forma imaginaria en Luang Prabang, me digo. Al levantar la cabeza la señora no está. Le pregunto al camarero y me responde que no se ha marchado. Sigue ahí, dice riendo, y apunta con un dedo al cuenco de cerámica, ese con varias colillas en donde arde (en miniatura) una montaña de cenizas. Luang Prabang es el paraíso cultural y religioso del país, famoso por sus 32 templos, sus residencias tradicionales de madera, sus casas de estilo antiguo colonial y su naturaleza privilegiada. También es la ciudad de las ofrendas, centro del budismo teravada, de los 80 monasterios y donde un vendedor de joyas me encuentra parecido con Mahatma Gandhi. Merece la pena una visita el Vat Xieng Thong, Templo de la Ciudad Dorada, acercarse a las cataratas de Kuang Si y contemplar 360º de vistas desde el Vat That Chonsi, en lo alto del Monte Phou. Viajar por el país es aún una aventura: baches, socavones, paradas, curvas y estrecheces. Recorrer cien kilómetros por carretera es tan largo y costoso que exige varias horas de zig zags, operarios despejando los caminos y calor insoportable. Eso hace que los cruceros a través del Mekong sean una alternativa ideal como inmersión en la cultura laosiana, entrando en contacto con las poblaciones de las orillas. Uno de los destinos más singulares de Laos, rozando la Ciencia Ficción, es la Llanura de las Jarras. En el autobús de ida le he pedido a una niña que me escribiese algo para ti y me ha preguntado si estamos casados. La Llanura de las Jarras es una zona natural que reúne miles de vasijas de roca. Nadie conoce exactamente su origen ni utilidad, y hay multitud de leyendas relacionadas con restos de hace más de 2.000 años. Otros imprescindibles son Champasak y las Cuatro Mil Islas en el sur del país, y más recientemente el renovado Van Vieng, que ha abandonado un pasado turbulento de drogas, alcohol y muertes accidentales de turistas para convertirse en un refugio de naturaleza en estado puro. Allí paso unos días de turismo activo. Ahora es un puente levadizo de metal. Aparcamos las bicicletas para evitar precipitarnos una decena de metros. Estamos aquí para visitar la cueva de Tham Phu Kham, sagrada por los laosianos y muy popular por el lago azul verdoso de su entrada. Aparentemente no hay nadie para recibirnos y la gente se impacienta. Un adolescente de la zona nos pide unas monedas. Va repitiendo la operación con todos los turistas.
- Esta es la cueva más importante de Laos, dice un alemán dándose importancia.
El muchacho responde:
- Esta es la cueva más cerrada.
(Fotografía: Alex Rivera).
14 de abril de 2014
Conozco a Nora en una ruleta de cámaras web. Ella me ve, yo la veo y si alguno de los dos se cansa del otro basta con pulsar el botón Next para hacernos desaparecer. He empezado la mañana en chats tradicionales, palabras minúsculas, emoticonos, gordas a la defensiva y babosos ofreciéndote meneos en la web cam. Cinco nicks femeninos me niegan el privado y luego me insultan en la sala general. Escriben cosas que aspiran a ser ingeniosas aunque no lleguen siquiera al nivel de ocurrencias de Stephenie Meyer. Los chats tradicionales están llenos de zombies femeninos de la autoestima, robots cargados de publicidad y tipos colocados de testosterona. Ellas preguntan si eres policia o bombero, si estás aquí sólo por el sexo, si eres 100% español, si lo que buscas en una chica “en realidad” está dentro o fuera de su jersey. Ellos preguntan si tienen videocámara, si son divorciadas, latinas, obesas, negras, abuelas, menores, si están en paro y necesitan dinero y lo último y más importante, si quieren presenciar cómo se tragan su propia materia blanca.
Describiré a Nora: rubia, pasada de peso, con una piel tan fina que si dibujases una docena de puntos en su epidermis cada uno de ellos parecería distinto.
Su habitación es diminuta, luz tungsteno, cuadros hiperrealistas, un sofá con manchas de dudosa procedencia, como caras de Bélmez o drippings aleatorios con caldo de pollo.
La proporción de hombres y mujeres hasta encontrar a Nora ha sido de 50 a 3.
Nuestra conversación empieza así:
Ella: vaya, uno que no está enamorado de su p****.
Yo: ni de la mía ni de las 9999999999999
Yo: que he visto
Yo: antes de encontrarte.
Ella: -riéndose- no dejaría entrar aquí a mis hijos.
Yo: ¿Tienes hijos?
Ella: ni en broma, pero si los tuviera no les expondría a esta lucha de espadas
Yo: no me extraña
Yo: además muchas son enormes.
Ella: eso quiere decir que te has quedado mirándolas…
Yo: era imposible no verlas.
Ella: … como un gato petrificado
Ella: frente a los faros
Ella: de un coche
Ella: pero tienes razón
Ella: algunas de esas p***** serían capaces de abrir a una chica en canal.
Yo: muchas parecen irreales.
Ella: es posible que lo sean
Ella: aunque no soy ninguna experta
Ella: en alargamientos de p***.
Yo: ahora que lo dices
Yo: recibo Spam a diario con terapias milagrosas
Yo: para ganar centímetros
Yo: quizá sea una señal.
Ella: todo en Internet es una estrategia de marketing
Ella: créeme
Ella: entras aquí, ves p**** enormes, recibes Spam de alargamiento de p**** y te lanzas desesperado
Ella: sobre tu tarjeta de crédito.
Yo: ¿de dónde eres?
Ella: Finlandia. ¿Tú?
Yo: España.
Ella: pareces turco.
Yo: tú irlandesa. ¿Son tuyos los dibujos de la pared?
Ella: sí, ¿te gustan?
Yo: creo que sí, aunque
Yo: están lejos
Yo: de la cámara.
Ella: ¿acaso quieres que te pinte?
Yo: preferiría esperar
Yo: algunos meses
Yo: quieres
Yo: por si la terapia de alargamiento de p****
Yo: funciona como dicen.
Una ecuación en códigos cifrados lanza las cámaras de un continente a otro. Aleatoriamente. Ahora un agujero en Filipinas. Ahora un loft en Chicago. Ahora un colmado en Vallecas. En el centro de la imagen: p****s, p****s, p****s. Adelante y atrás y otra vez adelante, extrañamente vivas, en bucle, proclamando a los cuatro vientos que seguramente son las cosas menos absurdas del universo.
Antes de Nora conozco a otra mujer. Un escote como una frutería. Mejillas irregulares, picadas, se contonea torpemente al estilo de un viejo Citroen.
Ella: cariño
Yo: dime
Ella: cariño tu p**** es muy interesante.
Yo: perdona cómo dices
Ella: hablaba de tu p****
Ella: cariño
Yo: estoy en plano medio-corto
Yo: lo siento
Yo: un plano medio-corto cierra la imagen en la mitad del torso
Yo: es técnicamente imposible
Yo: que estés viendo mi p****.
Sonríe.
Ella: y acaso no crees
Ella: cariño
Ella: que eso convierte tu p****
Ella: en interesante y misteriosa
Aprieto el botón Next. 50 a 3. Salto a otra cámara que, curiosamente, es una p**** que parece viva, que tal vez está viva, que seguramente lo esté, tantas venas irregulares que podría pasar por una imagen aérea de carreteras. La ruleta de cámaras me hace pensar en la letra adolescente de una canción de Ke$ha: “Si sólo es esta noche/el ANIMAL de tu interior/déjalo vivir y luego morir”. No es sólo una metáfora. Llevo más de media hora viendo cómo un puñado de majaras condescendientes alumbra y asfixia a sus animales contra el teclado. Incluso veo una p**** tan grande que me sorprendo a mí mismo calculando mentalmente la cantidad de sangre que necesita bombear para que se levante.
Una chica filipina me pregunta si tengo Nimbuzz. No sé qué demonios es Nimbuzz así que lo descargo y hago click en su menú Conoce un Extraño.
Funciona así:
Escribe C para conectarte.
C.
Extraño: eres hombre o mujer
Yo: hombre
El usuario se ha desconectado.
C.
H o M?
H
El usuario se ha desconectado
C.
H, tú?
H
El usuario se ha desconectado
Yo: H
El usuario se ha desconectado
Aparece Nora cepillándose el pelo. Me dice que ha ganado un premio con su escuela de creatividad. Me dice que se trata de un sencillo programa informático con señal inalámbrica instalado en la recepción de las pequeñas empresas. Me dice que ella tuvo la idea. Me dice también que su única función es captar la llegada de los trabajadores. Le pregunto qué tipo de bienvenida.
Al estilo de los boxeadores de Las Vegas, dice. Medio minuto antes de llegar, la señal inalámbrica de la recepción localiza tu ID en un dispositivo y por el hilo musical del hall de entrada se escucha de forma atronadora la canción que tú quieras. Los estudios han demostrado que el rendimiento de un trabajador bien recibido alcanza cotas increibles de productividad. Le pregunto a Nora qué canción elegiría ella.
Me dice que cualquiera de Sibelius.
Le pregunto si Sibelius es un héroe de Marvel.
Se ríe.
Ahora es un tipo avejentado. Con bigote. Tiene un bigote negro. Tiene un bigote tan espeso que podría barrer un apartamento de 40m2 sin sentir calambres en el labio. Me pregunta si voy a jugar con él. Le digo que no. Responde que no importa, que él tal vez lo hará en un rato, que ahora sólo le interesa “hablar de todo y de nada”. Lleva un anorak de nylon y es de un pueblecito de Wysconsin y tiene una franquicia de jeeps usados y un perro en el salón que parece un caballo. Le pregunto qué busca en esta web. Él responde que hombres, claro, y mujeres. La música distorsionada de su sala de estar satura mis altavoces. No sabría decir si es Arcade Fire o una versión psicodélica de la Lambada. Me pide que me relaje, que no esté a la defensiva.
- No importa lo reservado que seas, dice, lo importante es que estás aquí, que no has pulsado Next. Lo importante es que alguien como tú está hablando con alguien como yo.
Ahora me dice que entre él y su versión de media hora hay una diferencia “de bulto”. Sonrío. Le pregunto cómo se siente al hacer cosas con extraños. Me dice que bien. Me dice que todo hombre hace “lo que tiene que hacer ni más ni menos, aunque luego”, añade, “te sientas basura”. Me dice que la relajación sexual es la mejor terapia de realidad, que cada hombre debe abrir un espacio de seguridad entre él y sus pasiones. De lo contrario, explica, resulta incómodo y hasta vergonzoso seguir viviendo.
(…)
25 de marzo de 2014
(Intercambio inglés/español)
En un zoom de su boca (la pizza devorada, el aceite y los labios) descubrimos el primer géiser activo
en la anatomía de Valerie Shaw. Sobremesa de viernes: mujer negra en sofá y episodio de Scandal en
streaming. Ha metido los brazos en la ropa. Es un canguro a escala humana. Comemos en silencio,
no conozco la Muerte, dice, mi abuelo, mi abuela, incluso los padres de ambos, todos viven felices en
Jamaica. Primera lección de español: cómo eres. Mira desconcertada. Señala la cocina, el brik de leche.
Dice: seguramente ai am todo lo contrario que that thing. Horas después veo su espejo. Su cuerpo en el
espejo. Un negro tan profundo que convoca lo abstracto. Convenimos que sus manos, sus nalgas, su ombligo
pigmentado, son tan sólo las manchas de un abismo. Ninguno de los dos progresa lo más mínimo. Idiomas.
Me dice que tal vez nuestros encuentros no sean más que otro placebo, uno que nos ayuda a olvidar la soledad
de no poder comunicarnos. Anochece en un rincón mirando a la ventana, inmóvil, retraida. La imagino despierta
como una máquina solitaria, cansada de sí misma, como si llevase doscientas noches de Madrid interpretando el
mismo personaje.
Mi telefono vibra. Está preocupada. En una de las sienes, dice.
Le hablo del dolor. Le digo que es una simple migraña.
- Estoy preocupada, insiste.
- Confías en mi, pregunto.
- No eres Dios.
- He tenido más migrañas que Dios.
Su alegato final es una fila de emoticonos irritados.
Se despide por hoy:
- Eres un mal cristiano.