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    • Ahogados

      27/28 de febrero de 2016

      You told me again get in the water. The waves threatened to destroy the town. You asked me to come in even deeper, which would expand the distance between your body and the sand. In your eyes I felt the importance of the demand, a simple order of life or death. What really made you happy, that I did not understand until the first wave, was that among all the women from the shore, I would drown myself only for you.

      (…)

      “Lo que realmente te hacía feliz, eso no lo entendí hasta la primera ola, era que entre todas las mujeres de la orilla yo únicamente me ahogaría por ti”.

    • De cuatro a seis

      17 de febrero de 2016

      Escribí estas palabras entre las cuatro y las seis de la mañana, mientras dormías.

      Sobre Dios: No nos ve. Si observase las fachadas de los edificios, los abrigos de paño, las fuentes de espaguetis, la epidermis de hombres con la estructura de entender, sólo vería cuadraditos de colores. Si encontrase el momento de mirarnos, la infinita combinación de ese pantone vitaminado le distraería. Si nos mira seguramente no nos vea.

      Sobre la Locura: quiero creer en la locura inteligente, debe haberla. Si me afeitan la cabeza verán los bultos diminutos, como bolitas de aceite de pescado. Verán el vasto brote de cráneos encendidos, ruidosos, en línea. Quiero creer que abrir las puertas al mundo emocional transportará mi mente hacia otra etapa.

      Sobre el Amor: el eterno debate sobre si es más importante la conexión que la calidad de la señal, si el esfuerzo previo, la necesidad recurrente de varios decodificadores merece competir con la Casualidad de dos personas capaces de VERSE a través de un único dispositivo: el instante.

      Sobre el sentido de la Vida: desde que eliminamos a los que nos acechaban vivir no es más que merodear. Puedes llenar la Vida de objetivos de autorrealización, cúmplelos todos si quieres. Cuando termines aquí estoy, merodeando.

    • Mucho antes que ayer

      14 de febrero de 2016

      Me despierto y la noche no se mueve. Sin salir de la cama observo la ciudad. Un skyline de carne y de metacrilato. Hileras desiguales de antebrazos y tibias. Tú y yo nos separamos mucho antes que ayer, en 2005 en Granada. Nos mojamos las rodillas en el jacuzzi de la habitación y dijiste que a mi polla le pasaba algo. Luego nos sentamos a observar cómo menguaba entre mis piernas hasta consumirse como una persona mayor. Nos separamos mucho antes que Granada, en 1991. Aquella noche mi hermano mayor apagó la luz y dijo que no aguantaría muchos días más. El campamento de verano acababa de empezar y cada vez que él lloraba yo sabía que el dolor no me sacaría de allí, que pedir auxilio nos convertiría únicamente en cómplices de esa primera derrota. Tú y yo nos separamos mucho tiempo después, el día que decidimos que a partir de ese momento únicamente lo que tú decidieses tendría importancia (así te lo había enseñado tu madre y quienquiera a quien preguntásemos te daría la razón). Esa ley fue por tu parte difícil de imponer y por mi parte fácil de aceptar. Como cualquier sistema vivo, cada uno de nuestros actos fue variando la ley de manera imperceptible. La ley nos permitió cumplir nuestros proyectos con naturalidad. La niña era exactamente igual que tú. El niño era una copia de sí mismo. En esas dos ocasiones esculpiste mi felicidad con partes de tu cuerpo. Me despierto y la noche ha empezado a moverse. El edificio de Plaza de España tiene un ente borroso en la azotea. Alguien dirá que es solo niebla. Yo pensaré que le han puesto una bolsa en la cabeza. Hace solo unas horas chillabas sin control. Vivías en la frontera de todo aquello que me asustó de ti. Lucías un gran puente en la nariz. Tus bolsas en los ojos eran como huevos. Mientras escribo estas palabras sé exactamente dónde estás.
      Ven a verme.
      Siéntate en nuestro antiguo sofá.
      Fuma un cigarro en la terraza.
      Dime de golpe: G., esta noche Madrid parece un cementerio.
      Dime de golpe: G., sospecho que un batallón de arquitectos ha desmembrado ciudades y soltado los trozos uno a uno en tu calle.
      Dime de golpe G.: el amor no puede ser efímero. Aquella noche desnudos en la piscina en Burdeos amanecieron erizos flotando en los skimmers.
      Ante todo no digas si guardas tu alianza, no hables del desorden o de lo irrebatible. No digas nada de la tristeza profunda de los siguientes cien años.
      Nunca quise declararte ninguna guerra, amor. Lo que hiciste por mí fue milagroso

    • Maquillados, feroces

      12 de enero de 2016

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      La enfermera cierra la cortina y me pregunta si puedo enseñárselo “un poco”. No me importa enseñártelo “entero”, digo, aunque la visión no es muy agradable. Ella responde que ha visto cosas peores pero al quitarme el calzoncillo su rictus se transforma:
      - La verdad es que no es bonito, dice.
      - Tampoco era bonito antes de la operación.
      Algunas noches en el box me siento relajado. Ese montón de asteriscos forma una flecha en mi ingle. Tengo islas de algodón encima de las venas.
      El señor a mi lado y su pierna alienígena. Una doctora trasnochada habla de cortar aquí y aquí, y eso incluye cinco dedos y parte del empeine: “muerto el perro se acabó la rabia”, dice. Mi vecino es arrastrado fuera de la sala y el agujero que deja es una inyección de vacío. Si curar el dolor es devolver la vida, el gotero de morfina podría ser mamá. La cirujana adolescente hunde el brazo derecho en mi hangar subterráneo, newtons positivos, newtons negativos, va superando [una a una] las mil generaciones de piel hacia el problema. Ahora hace un corte irreversible. Zas. Yo le pregunto el tiempo que dura un parpadeo, quiero saberlo todo acerca de poniente, de la ciudad al otro lado de mi cuerpo; le interrogo sin pausa sobre cuándo volveré a estar desnudo con una mujer. De regreso en el box un médico encorvado recompone un labio en cuestión de segundos. Tiene tanta barba y tan poca barba al mismo tiempo que su rostro no admite retratos robot. Ahora se lía a mamporros con un dispensador de papel y entendemos que es solo un ingeniero de hombres. El hematoma en mi pubis es un cactus sangriento: la mecha crepitante, subcutánea, diastólica, sistólica, que me retiene aquí. La doctora repite que los testículos no están comprometidos; dice que el dolor tiene su propia historia, que resulta curioso que dos esferas blandas sean capaces de hacer halterofilia. Se aleja hasta la puerta y se retira la bata. Su figura penetra en el búnker de hormigón. Las cámaras de seguridad registran sus idas y venidas a través de pasillos angostos como ombligos. A continuación, como si recordase algo, regresa a mi lado. Dice: “¿Te apuntas a quitar media docena de grapas? Hagamos un informe de tu belleza interior”.

      Días más tarde en casa de mis padres, arrodillado en el baño, agonizante, hago con mi escroto una escultura de crema. Mi madre me pregunta qué es.
      Yo respondo que un hombre.
      Qué tipo de hombre, dice.
      El jefe de una tribu de caníbales, explico. Maquillados, feroces. Caníbales de Nivea® Nueva Papúa.

       

    • Sin minutos

      7 de enero de 2016

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      El fragmento no es nada. Véase el ensayo sobre la propia vida. Mis cambios de ánimo recientes son micro-proyectiles imposibles de detener. El amor es una “situación”. Existir es ser fiel a la idea inicial. No hubo catástrofe, y aún así cada mañana he repetido a mis órganos internos que ya no te tenemos, que ya no te tendremos jamás. Ese elemento sádico me produce fascinación. Mi terapeuta me pide que hable de él. Le digo que probablemente hoy, 10 de julio de 2015, eres lo más parecido a una cafetera epidérmica. Le digo que eres el C. F. Richter de mi piel. Le digo que a pesar de mis esfuerzos por alejarte del todo, tú pateas el culo a mis argumentos del ‘no’.

      Semanas atrás tanto miedo a vivir, el impulso de tomarme veinte a la vez, Amélie Mauresmo sumergida hasta las cejas en la piscina del Hotel Molitor, una tienda de comestibles en Allen Road, la certeza de no envejecer juntos, un paisaje oscuro y denso cada día, esa manta que mi madre cosió hace exactamente mil años, la floristería de Richard Estés, tu cuerpo invadido de píxeles.

      Amé cada uno de nuestros momentos buenos como amé nuestros momentos malos. Todo formó parte de la misma coreografía triste, sustancial, eléctrica, nula.

      En el sexo que tuvimos caminaban gigantes. Al principio fue difícil: mi cuerpo no era mío. Te hice el amor con la conciencia helada, apenas podía moverme. Cada beso llevaba cien palabras, ni rastro de ese beso, nacía en el instante mismo de su muerte, tú sólo recibías su simulación. En el sexo que tuvimos caminaban gigantes. Al principio me fue imposible reconocer que estaba allí, contigo; hoy no sabría decir en donde estoy, sin ti.

      Me están haciendo un escáner cerebral. Me preguntan por la chica. Lo ven en la pantalla. Yo pregunto qué chica. No hace falta entrar en tecnicismos, dicen, para saber que hay una chica en tu cerebro.

      [Nota] Si detienes la imagen de una copa explotando ahí tienes una catedral aleatoria.

      Estas palabras son capaces de congelar la muerte, me hacen creer en la posibilidad de una alternativa, alargan el proceso con saltos de memoria, me ponen en contacto con un Arcano fuerte: quizás ya no estás conmigo, pienso, pero mira lo que soy capaz de hacer con nuestra historia, con sus partes invisibles, con la materia podrida del antiguo amor.

      Me acostumbré a una música sin felicidad. Elegí una música que no me recordase a la vida.

      Recuerdo haberte dicho que necesitaba olvidarte con muchas otras. Fue un error. La recepcionista del hotel me mira con aburrimiento [como si me reconociera]. Mi única vez con Em estoy pensando en ti, en tu cabeza ladeada, en tu trasero duro como un muerto. Nuestro amor fue sin duda una meta-vida. Nuestro amor es hoy un meta-dolor. Cada vez que tú me amabas hacías todo lo posible para que pareciese un hecho aislado. Luego escondías la cabeza en un ultramarinos, comprabas botellas de agua mineral y me amenazabas con rociarme en medio de la calle. Em quería amarme con violencia. Sus mecanismos internos no eran predecibles. En un momento dado no evaluó correctamente mi posición en la cama y chocamos. Mi única vez con Em estoy pensando en ti: no era joven ni tonto cuando nos conocimos, no estaba obligado a actuar de ese modo. Digamos que una semana más tarde me refugio con otra mujer en Taco Away, que hablamos curvados bajo un rótulo eléctrico, que ella es el tipo de persona que conoce detalles inexplicables de la vida de Banksy, que es dentuda, que es alta, que un problema de hipertiroidismo le ha causado lesiones en el globo ocular. Digamos que un molino de viento se contonea frenético en el voladizo la ventana, que al distraerme hago caer el taburete y todos dan un respingo en su asiento.
      Lo sucedido ha formado un pensamiento en mi mente: estamos aquí para hacer ruido, esa es la prueba evidente de que existimos dentro y fuera de nuestros cuerpos.

      Querida amiga: un día olvidé tu nombre, nunca te olvidaré a ti, a pesar de tu cara borrada.

       

    • Tres minutos (5) English

      dos_caras

      24 de agosto de 2015

      On another note, I decided to be practical with the pain. Imagining you pregnant made me think of shark eggs. Those stretched, armored little sacks that the sea dispersed across the shore. You had lost your leather jacket on our first night. You arrived with your forehead full of freckles, and I understood that your face had two transcendental seconds. The face of Rachel Weisz had six, and Marilyn Monroe only one. I was intrigued by your raspy voice. One word after another and the breath that went unwinding like a reel. I had a phase of migraines. The Peruvian girl from Doctors Without Borders asked me about the little dots next to my eyes. She told me they’re beautiful, like tattoos. I told her they’re petechiae. I told her they’re broken capillaries from so much vomiting. You always constructed the funniest facial expressions. Now your mouth had the shape of a badly finished letter, perhaps two letters (one definitely horizontal). That night, before leaving home, a potato chip fell into the bathtub and its industrial disguise began to dissolve. It was a really painful process to watch. We had good days. Nights that felt like the reuniting of nations. I said it was a time stolen from our lives. We raced up the stairs and, sitting on my sofa, we got away from the city. It was you and me, a taut abdomen like the loin of a fish, kisses so deep that they grazed our throats. Sometimes we felt attacked by a strange childish hiccup. I thrust inside of you like an impatient hitchhiker. Ours was always triumph without attempts, K. In the mornings, I almost didn’t have reflexes. The city didn’t, either. Both of us so fast asleep that the mouths of the buses got too close to the people. My loved ones never brought up the subject. Instead of asking me about my feelings, they talked about my beard. As a little girl you’d scratched your forehead. You had scars like absences. You’d torn out microscopic garbanzo beans and its shards of light distracted me. Some men and women (in their writing) were more of architects than I, more structured. I worked groping like a clumsy sculptor. I often confused the order of things and the subsequent blur made me narrate the reality like a journalism of the soul. During all those days it was impossible for us to forget the existence of the other one, of the third one, of HIM. You didn’t even want to utter his name. During our time together I only conversed with the part of you that loved me. The other half was barely expressed, limited to looking at me with glazed eyes. One afternoon we unwittingly turned into ice cream aficionados. One night we collected beads of blood at the base of my penis. At the zenith of our relationship we laid down under the Bridge of Segovia without being able to make out the sky. We looked beyond the armed cement believing ourselves capable of contemplating the final and definitive three dimensional leak. One good morning we hugged each other. I got on my feet and spotted you sleeping: the wall divided in vertical stripes, your hands on your chest as if not living. Then you left my city full of trails.

      The time robbed us with saw teeth.

      The sun rose full of hairs.

       Now in the distance, friend, you are perhaps the most contrary to our closeness.

    • Tres minutos (5)

      Sin título

      11 de julio de 2015

      En otro orden de cosas decidí ser práctico con el dolor. Imaginarte embarazada me hizo pensar en huevos de tiburón. Esas bolsitas tensas y acorazadas que el mar distribuía por la orilla. Habías perdido tu cazadora en nuestra primera noche. Llegaste con la frente llena de pecas y entendí que tu cara tenía dos segundos trascendentales. La de Rachel Weisz tenía seis y la de Marilyn Monroe sólo uno. Me intrigaba tu voz ronca. Una palabra tras otra y el aliento se iba desenroscando como un carrete. Tuve una etapa de migrañas. La muchacha peruana de Médicos Sin Fronteras me preguntó por los puntitos al lado de los ojos. Me dijo son preciosos, como tatuajes. Le dije son petequias, muchacha. Le dije son capilares rotos de tanto vomitar. Tú siempre construías las muecas más graciosas. Ahora tu boca tenía la forma de una letra mal terminada, tal vez dos letras (seguramente una en horizontal). Aquella noche, antes de marcharme de casa, una patata de bolsa cayó en la bañera y comenzó a perder su disfraz industrial. Fue un proceso muy doloroso de ver. Tuvimos días buenos. Noches de países en reunificación. Yo decía que era un tiempo robado a nuestras vidas. Corríamos escaleras arriba y sentados en mi sofá nos alejábamos de la ciudad. Estábamos tú y yo, un abdomen tirante como el lomo de un pez, besos tan profundos que rozaban las gargantas. A veces nos sentíamos atacados por un extraño hipo infantil. Yo me colaba en ti como en un auto-stop impaciente. El nuestro siempre fue el triunfo sin intentos, K. Por las mañanas apenas me quedaban reflejos. Tampoco a la ciudad. Tan dormidos los dos que las bocas de los autobuses se acercaban demasiado a las personas. Mis seres queridos nunca sacaron el tema. En vez de preguntarme por mis sentimientos me hablaban de mi barba. De pequeña te habías rascado la frente. Tenías cicatrices como ausencias. Habías arrancado garbanzos microscópicos y sus esquirlas de luz me distraían. Algunos hombres y mujeres (en su escritura) eran más arquitectos que yo, más cerebrales. Yo trabajaba a tientas como un torpe escultor. Confundía a menudo el orden de las cosas y el desenfoque posterior me hacía narrar la realidad como en un periodismo del alma. Durante todos esos días nos fue imposible olvidar la existencia del otro, del tercero, de ÉL. Ni siquiera quisiste pronunciar su nombre. Durante nuestro tiempo juntos yo sólo conversé con la parte de ti que me quería. La otra mitad apenas se expresaba, se limitaba a mirarme con ojos vidriosos. Una tarde nos convertimos sin saberlo en adoradores de helados. Una noche recogimos perlitas de sangre en la base de mi pene. En el cenit de nuestra relación nos tumbamos bajo el Puente de Segovia sin ser capaces de distinguir el cielo. Mirábamos más allá del cemento armado creyéndonos capaces de contemplar la última y definitiva gotera tridimensional. Una buena mañana nos dimos un abrazo. Yo me puse de pie y te espié dormida: la pared dividida en rayas verticales, tus manos sobre el pecho como si no vivieras. Luego dejaste mi ciudad llena de rastros.

      El tiempo nos robó con dientes de sierra.
      El sol amaneció lleno de pelos.

      Ahora en la distancia, amiga, eres tal vez lo más opuesto a nuestra inmediatez.

    • Tres minutos (4)

      foto07

      4 de julio de 2015

       

      El cirujano levanta la vista,
      tiene gotas de sangre en las fosas
      nasales,
      me dice caballero
      desármese tranquilo
      el traje de
      buceo,
      nos va a ser imposible (re)colocarle en su
      esposa.
      Dos horas embutido
      en la goma sintética
      y
      vuelvo a la pantalla
      haciendo eses.
      - Su sistema
      coronario -explica con los dedos en la superficie LED-
      no hay forma de
      encajarlo en el de
      ella.
      El psicólogo me dice esa idea
      no es tuya,
      Guillermo,
      me acerca el escáner cerebral
      y efectivamente
      el molde de mi mente
      no parece capaz de
      elaborar cuadrados.
      - Un miedo como ese circular, tal vez. ¿Pero cuadrado?
      El ATS dice amigo no les crea,
      tampoco a Favaloro, Miescher, Paracelso o Alcmeón de Crotona,
      los Arcanos que busca no están en los pasillos,
      ni recorren los cuerpos con guantes de goma. Aquí somos todos puros cavernícolas.

      Una señora en la sala de espera me ha preguntado de golpe cómo es mi disgusto.
      Me he puesto de pie para enseñarle.
      - De seis o siete kilos, digo.
      Conocí a un tipo -responde- cuyo disgusto superaba tres veces esa cifra.
      Le he dicho a la mujer que necesitaba un abrazo y ella ha respondido que en comparación con aquel
      tipo mi disgusto es de niña.
      Luego ha mirado la talla de mi pantalón y ha añadido: mira qué gracioso, se te ha quedado cinturita de avispa.

    • Tres minutos (3)

      17 de junio de 2015

      En junio
      peces ciegos
      encuentran el camino,
      seres humanos
      con miedos
      gigantescos
      alejan lo concreto
      de sus
      bocas.

    • Tres minutos (2)

      1 de junio de 2015

      (1)
      soy esa foto de Mary Ellen Mark
      un minuto de dientes
      el cuello estrangulado al final
      de la trompa

      (2)
      soy un impulso eterno de amor
      animal
      el último Yo Mismo con
      corte de pelo equivocado

      (3)
      soy un humo en la boca
      que no sale ni
      entra, soy
      algo muy atroz por ser
      real

      (4)
      soy dos viejas gemelas
      en su mueca
      simétrica, K.
      apenas ha existido una foto de
      nosotros
      de la lucha de pulpos
      en las bocas

      (5)
      soy el paraguas cerrado
      de tu vientre
      unos metros detrás de
      tu agujero

      (6)
      soy la ruptura
      la mancha
      que ha abandonado
      la forma,
      tal vez el origen
      sea
      simplemente
      eso

      (7)
      soy el monstruo pequeño
      con la mano extendida,
      que empuja tu placer
      hacia el pasado

      (8)
      soy una fotografía de Mary Ellen Mark
      una que habla de ti,
      soñé que el resto del mundo estaba
      en construcción
      que nosotros éramos la única certeza

      (9)
      y pienso:
      quizás ya no soy más
      que una epidemia de ti
      en mí
      quizás ya no soy más
      que una epidemia de ti
      en mí

      (10)
      siempre hubo en nosotros algo
      inconfundible
      al atravesar las avenidas
      todos decían
      mira son ellos

      (11)
      Soñé que nos hacían una foto
      juntos
      que en la Tierra todos fumaban
      raíces
      que los hombres de mediana edad vestían sus fantasías
      de mujer con chaquetas de pieles de gamuza
      que el amor no estaba necesariamente bien
      presentado

      (12)
      entendí que ningún otro bebé nacería
      en el mundo
      hasta que tú y yo
      tomásemos
      una decisión

      (13)
      soñé que había cuerpos
      entrelazados en
      barreños,
      que mis emociones humanas
      estaban en tus dedos y
      podías modularlas
      en arpegios

      (14)
      sentí                                        [de golpe, anoche
      que cualquier
      acierto y también
      cualquier error ya no
      me conducirían
      de vuelta
      a ti.

      (15)
      Y
      ahora
      a las siete de la mañana en la Plaza de
      Colón
      escucho tu música
      voy a ver a mis hijos.

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