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      10 de julio de 2014

      IMG_9967

      (1) Un técnico de sonido deficiente, (2) el operario de una agencia de viajes, (3) mi cerebro. Hace sólo diez años rodamos una película de lo que debería ser la noche, su superficie interna, una versión restringida al pensamiento del autor.

      Un amigo común había insistido en presentarnos -francesa, rubia, bla, bla, bla-. Luego se había sentado para enseñarle la boca a un par de niños curiosos.
      - Un diente roto, dicen.
      -
      Sí.
      Viendo pasar la tarde en un campo de fútbol parecemos tan viejos y consumidos como nuestras bocas.

      La humanidad oscila en los bordillos. 2004. Alarmados por las cifras de natalidad, Babyboomers se amontonan en islas estadísticas. Sus hijos responden con monosílabos a la neblina del televisor, tú y yo nos refugiamos en un cubil por horas. Hace un par de segundos vaho en nuestras bocas, ayer nos conocimos en Puerta del Sol, hace unas semanas hablamos por primera vez en Internet. Tecleamos.
      Teclear es para mí como viajar al pasado.
      -
      ¿Tienes novio?
      -
      Depende.
      -
      ¿De la realidad o de cómo sea yo cuando nos conozcamos?
      -
      Depende de las dos cosas pero sí, tengo novio.

      Ahora tienes ojos alienígenas, estamos frente al Oso y el Madroño -en su antigua ubicación- y decimos hola qué tal, llevas mucho esperando (…). En las fotos pareces más corpulenta y vulgar, Daphné. Retratos disparados sin objetividad, versiones de ti misma traducidas por tu propia mente, acotadas, a medio camino entre el retrato robot y la caricatura. La información adicional de tu presencia física es suficiente para corregir el error. Estás preciosa. En las siguientes horas nos contamos nuestras vidas al esprint, como bajando escalones de dos en dos. Tu camisa negra nunca me parecerá un obstáculo físico, más bien la puerta abierta hacia un paisaje lúdico y final.

      Todo lo que me gusta de ti.

      2014. Llevas cinco años sin escribirme una sola palabra. Antes pasaban dos semanas, cuatro meses, y volvías. Hoy tu silencio me hace pensar lo peor. Regresar al principio es esterilizar el tiempo. Guardaré los secretos sobre ti. Han pasado 24 horas y te espío a través de una mampara transparente. Estás preciosa. Nos secamos el sudor el uno al otro. La mañana está a punto de caer a una velocidad terrible. Una única vez después de las palabras yo me duermo. Tu permanecerás despierta con los ruidos obscenos, con las sombras, atenta y distraída a partes iguales, transformando algo anecdótico como la desnudez en nuestra geografía del futuro. Los planos recurso son extrañamente abstractos, imagina cientos de arcoíris de metacrilato, dos espaldas lechosas discriminadas por el encuadre, la lengua de un perro acelerada, en la frontera de su hocico retrocede.

      (2) El operario de la agencia de viajes me pregunta si entre todos los cuerpos de mi biografía yo desearía regresar al tuyo, al de esa noche. Le respondo que no. Me gustaba tu cuerpo, ese no es el problema, pero quizás lo que marcó la diferencia entre tú y yo fue el peso decisivo de la ausencia del otro. Primero desde Londres, desde Australia, en China, luego de vuelta a París. Siempre a través de una cámara, nunca como esas dos únicas citas en Madrid. Una noche llamaste desde Beijing, sollozabas, te asomabas al mundo desde un pico de pánico. Te hablé muy despacio con la luz apagada, fui arrastrando cada jodida palabra a través de la línea telefónica hasta sentir que me cebaba con tu daño,  que relajaba tu mandíbula, hasta escuchar que en un momento dado te servías un vaso de agua, abrías la ventana y pasabas a otra cosa. Entonces parecía la voz de otra persona, pronunciabas mi nombre y añadías:
      -
      Ahora voy a colgar para poder pensar, G. Quizá tarde una hora, pero voy a hacer una lista de todas las cosas que me gustan de ti.

      Hoy, Daphné, por razones que desconozco, no te tomaría ni un segundo completar esa lista.

      Guillermo Reparaz - Diarios

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