24 de octubre de 2016
Retenerte anoche hubiese provocado (1) derrumbe en los sentidos, (2) descubrimiento, (3) entrañas. Hubiese provocado desorden y Final y despegar los cuerpos, decidir de quién es esta piel de quién es esta. Un día hablamos de cómo me enseñarías las tetas, las cicatrices en las tetas, las cicatrices en el ombligo, un ombligo que es nuevo, que ha sido creado de la nada. El año pasado tuviste una hemorragia interna y estuviste a punto de morir. Tu mejor amiga se tiró de un puente y aunque sobrevivió tuvieron que amputarle un pie. Su ex se había suicidado y su amante había muerto en uno de los atentados de París. Por las noches tú no conseguías dormir, te despertabas sudando, te amputaban un pie, saltabas desde un puente y te asesinaban en uno de los atentados de París. Hablarte resultaba tranquilizador. Hablábamos de cómo me enseñarías las tetas pero luego nunca nos atrevíamos. Yo sabía que tus tetas me transportarían a otro lugar en ti. En ocasiones parecías muy frágil y sentía ganas de abrazarte. Las ganas de abrazarte me quitaban las ganas de follar. Las ganas de follar contigo me producían rabia contra Lisa. La rabia contra Lisa me daba muchas ganas de marcar tu número. Las ganas de cuidarte me daban ganas de asesinar metafóricamente a Lisa. Todo parecido a un cubo de Rubik emocional que hubiese sido inventado, giro a giro, para acercar y alejar nuestras pasiones humanas.
2 de octubre de 2016
Elise me hace señas desde el otro lado del salón. Tiene rastros de drogas en los caninos.
(Sus caninos son sierras). Avanzo hacia ella y cuando estoy a punto de caer escucho agárrale
“hey tú gigante”
“agárrale”.
El piloto de luz se ha apagado de golpe. Algunos acaban de llegar pero otros llevan aquí cien años.
Los brazos me bloquean y al principio son pelos de perro pero en verdad son migas de palomitas por toda mi ropa. He pasado media hora en el cuarto de baño. Elise me dice qué has hecho allí, me dice recuerda o rucerda o recurda. Cuando Elise dice algo su barbilla se desliza como un cajón de hueso. Un hombre afeminado toca ahora mi piel. El hombre afeminado se llama Paula o Miriam o Yaquetti. Sus límites son rectos y sus manos me palpan. Han puesto mi canción y me dejo llevar por una felicidad de sonámbulo. Estoy hablando con una chica llamada Paula. Paula apunta a mi copa y dice un zapatero.
“cómo”
“ese insecto pequeño que anda en las piscinas”
La mirada de Miriam me crea confusión. Al principio estoy pensando que quiere besarme pero luego localizo mi bigote en el ron.
“un zapatero”, digo
“sí”
Elise se burla desde la distancia.
Yaquetti y yo avanzamos hacia los límites del salón. Todo mi cuerpo está cubierto de luz, de átomos brillantes. Hay pelusas atadas a mi electricidad estática.
Una pastilla efervescente se deshace en mi copa. Le digo es milagroso, mira.
“el qué”
“la pastilla”
“atiende bien”
Durante la próxima canción no existe otra cosa: al entrar en contacto con la materia líquida la pastilla se saca secretos de la manga.
El hombre afeminado toca ahora mi piel. El vahído es real, catódico, cruel.
“no espero algo perfecto”, dice
“me oyes”
“sí”
Mi respiración se atenúa a un ritmo atropellado.
“cómo te sientes”
“mal”
“mis pulmones”
“qué pasa”
“que no funcionan bien”
“que apenas tengo aire”
“que respirar con ellos es como hinchar un globo soplando en una tuba”
El vahído es real, catódico, cruel.
Entonces alguien dice agárrale
“hey tú, gigante”
“agárrale”
Elise tiene cejas de Groucho Marx. Me pide que le líe un porro. Me dice su nombre. Sus cejas son arañas. Me enseña mi habitación esa primera vez. Me dice ahí es donde cenábamos, allí es donde mirábamos hacia afuera. Me dice nosotros somos estudiantes: hay dos italianos y dos finlandesas y luego estamos tú y yo. De Francia, soy de Francia, dice. En el juego de ponerle la cola al burro alguien le pegó dos gruesos bigotes donde debía haber cejas. Elise es muy bonita. Su cara es como un lápiz. En la película de nazis de mi mente, Elise es el chico judío del maletín al que matan a tiros en un callejón.
Yaquetti no se mueve.
“tus bigotes son como insectos nadadores”, dice
“deberían darte información al tacto”
“pues no lo hacen”
Ha empezado a jugar con un hielo en su boca. El tintineo dañará su esmalte dental. Un lumbreras inglés trota alegremente en el salón. Tiene una mancha enorme en plena cara.
Yaquetti me pregunta qué tal vas con eso.
Un precioso hemangioma del tamaño de una ensaimada.
“bien”
Una ensaimada de sangre.
“¿bien?”
Yaquetti se pone de rodillas y me toca suavemente.
“tengo tanta hambre”, dice
“hoy fui al supermercado y conseguí no lanzarme sobre las pizzas congeladas”
“bravo”
“estoy muy orgullosa”
“te felicito”
La música es muy alta. Su vals me machaca: frenillo, lengua, dientes, paladar, soplo…
Hoy Elise despierta con más fuerza. Es más alta, más ruidosa, sus piernas son atléticas, punzantes. Trazo dos líneas sobre el papel, así, digo, así son las piernas de Elise. Hoy escribí unas cuantas horas. Me siento en una hamburguesería. Saco el ordenador. Empiezo a teclear. Elise me pregunta qué escribes y yo enumero temas de memoria.
“son extraños”, dice
“lo son”
“no sabría decir si son interesantes”
Y luego:
“¿a quién se los mandas”
“a gente muy distinta y al mismo tiempo siempre son los mismos”
En los pasillos de casa Elise es una gata, merodea. Tiene esa juventud fronteriza. Al otro lado de su cuerpo puedes intuir que ha tocado, ha mirado, incluso que imagina cada instante cosas de otra generación. Intentar sintonizar con su mente es quedarse anticuado de inmediato. Elise no es mi familia y sin embargo hoy no me queda nada más.