14 de febrero de 2016
Me despierto y la noche no se mueve. Sin salir de la cama observo la ciudad. Un skyline de carne y de metacrilato. Hileras desiguales de antebrazos y tibias. Tú y yo nos separamos mucho antes que ayer, en 2005 en Granada. Nos mojamos las rodillas en el jacuzzi de la habitación y dijiste que a mi polla le pasaba algo. Luego nos sentamos a observar cómo menguaba entre mis piernas hasta consumirse como una persona mayor. Nos separamos mucho antes que Granada, en 1991. Aquella noche mi hermano mayor apagó la luz y dijo que no aguantaría muchos días más. El campamento de verano acababa de empezar y cada vez que él lloraba yo sabía que el dolor no me sacaría de allí, que pedir auxilio nos convertiría únicamente en cómplices de esa primera derrota. Tú y yo nos separamos mucho tiempo después, el día que decidimos que a partir de ese momento únicamente lo que tú decidieses tendría importancia (así te lo había enseñado tu madre y quienquiera a quien preguntásemos te daría la razón). Esa ley fue por tu parte difícil de imponer y por mi parte fácil de aceptar. Como cualquier sistema vivo, cada uno de nuestros actos fue variando la ley de manera imperceptible. La ley nos permitió cumplir nuestros proyectos con naturalidad. La niña era exactamente igual que tú. El niño era una copia de sí mismo. En esas dos ocasiones esculpiste mi felicidad con partes de tu cuerpo. Me despierto y la noche ha empezado a moverse. El edificio de Plaza de España tiene un ente borroso en la azotea. Alguien dirá que es solo niebla. Yo pensaré que le han puesto una bolsa en la cabeza. Hace solo unas horas chillabas sin control. Vivías en la frontera de todo aquello que me asustó de ti. Lucías un gran puente en la nariz. Tus bolsas en los ojos eran como huevos. Mientras escribo estas palabras sé exactamente dónde estás.
Ven a verme.
Siéntate en nuestro antiguo sofá.
Fuma un cigarro en la terraza.
Dime de golpe: G., esta noche Madrid parece un cementerio.
Dime de golpe: G., sospecho que un batallón de arquitectos ha desmembrado ciudades y soltado los trozos uno a uno en tu calle.
Dime de golpe G.: el amor no puede ser efímero. Aquella noche desnudos en la piscina en Burdeos amanecieron erizos flotando en los skimmers.
Ante todo no digas si guardas tu alianza, no hables del desorden o de lo irrebatible. No digas nada de la tristeza profunda de los siguientes cien años.
Nunca quise declararte ninguna guerra, amor. Lo que hiciste por mí fue milagroso