• Últimas entradas

      • Microrrelato
      • Historia de mi cuerpo (1)
      • Duplicado
      • Los meses fáciles 6
      • Los meses fáciles 5
      • Los meses fáciles 4
      • Los meses fáciles 3
      • Los meses fáciles 2
      • Los meses fáciles
      • La Voz

      Archivos

      • marzo 2017 (2)
      • febrero 2017 (2)
      • noviembre 2016 (2)
      • octubre 2016 (2)
      • septiembre 2016 (1)
      • marzo 2016 (2)
      • febrero 2016 (2)
      • enero 2016 (2)
      • agosto 2015 (1)
      • julio 2015 (2)
      • junio 2015 (2)
      • marzo 2015 (3)
      • agosto 2014 (1)
      • julio 2014 (1)
      • junio 2014 (1)
      • mayo 2014 (2)
      • abril 2014 (1)
      • marzo 2014 (3)
      • febrero 2014 (1)
      • enero 2014 (4)
      • diciembre 2013 (3)
      • noviembre 2013 (1)
    • Ellas

      17 de marzo de 2014

      ellas

      7 de marzo de 2001.
      El colchón es delgado y áspero. Lo sé porque estoy tumbado en él. Un rayo de sol penetra la
      ventana y deja un rastro rubio en la pared.
      Los muelles del colchón parecen sus costillas.
      De algún modo me siento absurdo y descontextualizado, pero esa tragedia ocurre una única
      décima de segundo, hasta que mi cuerpo se agranda y apodera del espacio.
      Ahora suena un timbre, el timbre habla con los pies, los pies con las zapatillas, las zapatillas
      discuten con la moqueta de fibras.
      De golpe entra otra mujer sudamericana y va directa hacia mí. Es mucho más redonda que la
      primera, también más alta.
      Estamos solos ella y yo.
      Entra una española rubia, delgada y con acné. Estamos solos ella y yo.
      Entra una española morena, muy joven. Tiene los pechos enormes y asimétricos, se inclina
      hacia mi y me dice monada. Estamos solos ella y yo.
      En otra habitación, en otro barrio, estoy tumbado boca arriba sin ropa y una señora que ya no
      cumplirá los cincuenta me masajea los muslos. Al llegar me ha mirado sorprendida, ha hecho
      una extraña mueca y me ha pedido el carnet de identidad.
      Tienes una piel preciosa, dice luego más tranquila. Tu cuerpo todavía no está formado.
      Le pregunto si puedo tocar bajo sus bragas.
      Dice que sí.
      En el mismo momento en otra habitación, en otro barrio, la española con acné se tumba junto
      a mí y me pregunta qué busco, qué tipo de chica, qué tipo de chica tengo en mente.
      Voz aguda, dice: aquí somos muchas, seguro que encuentras una a tu gusto.
      Le digo que ella no está mal, miento, le digo que no necesito ver a ninguna otra.
      La española con acné se echa hacia atrás. Sonríe. Tiene poco pelo, ojos azules y probablemente esté
      bajo tratamiento de cortisona, oxicodona, celecoxib o derivados. Tiene ronchas rojizas en las
      mejillas, en el mentón y el cuello.
      Has venido del trabajo.
      Sí.
      Para cambiar las ideas.
      Sí.
      En la misma habitación estamos solos la sudamericana y yo.
      Luce una trama de puntos desde el ombligo hasta el coño, como si hubieran tenido que sacarle algo,
      como si una parte de ella se hubiese quedado en otro lugar. Creo escuchar un bebé pero al examinar
      detenidamente su cremallera borrosa pienso que lo más probable es que el bebé se haya quedado en silencio.
      La española morena me pregunta cómo quiero acabar y yo le digo que mejor se concentre en empezar bien.
      Cuando se queda en topless sus pechos aparecen hinchados de venas como la luna delantera de un automóvil
      siniestrado. Uno es un globo magenta y mazico, el otro una extraña bolsa de agua caliente.
      Cuando me besa es extraño, estoy completamente dentro de su boca, con la lengua tratando de cazar
      la suya, pero después de un rato es como si su lengua cazase la ausencia de la mía. Descompasado, triste
      y solitario.
      Unos segundos antes pienso en esas chicas tumbado sobre el colchón. Pienso en mí. Algunas sentirán tanto
      amor contra el paladar, me digo, otras en las palmas de las manos, un amor que nace y muere sucesivamente,
      un sucedáneo cuyo único objetivo es olvidar el verdadero amor.
      En ese mismo instante una joven preciosa se sienta junto a mi.
      Has venido del trabajo.
      Sí.
      A cambiar las ideas.
      Sí.
      A relajarte un rato.
      Eso.
      Estoy nerviosa, dice.
      Y yo.
      Hace sólo dos días no te hubiese conocido.
      Hace sólo dos días los dos estábamos en cualquier otro lugar.
      Y ahora estamos aquí.
      Sí.

      La chica se tumba y yo me tumbo y hay señales pintadas en el suelo y un cartel que dice “no más
      de quince minutos” y ella parece aterrada y no hay tiempo para enigmas, hipótesis o excusas; se
      queda allí sin hacer nada mientras los edificios se mueven a nuestro alrededor, y las personas, los
      perros -en especial los caniches- y también las macetas de los balcones giran; nuestros dos cuerpos
      son el eje, el suyo inexpugnable, no es un oscuro merendero ni una hipérbole, no es una anatomía
      dislocada, ya lo he dicho, no es una cita a ciegas, no es una dentadura, es una boca, no es una maraña
      de huesos, es un pijama, no es una actriz cojonuda, no está entregada de pe a pa a su trabajo, ni siquiera
      a este único y dilatado instante, es un manifiesto feminista más que una máquina expendedora; su cuerpo
      apenas tiene automatismos, tampoco huellas ni abismos a la vista. Murmuramos en un tono uniforme y
      entonces ella vacila, urde un plan que plantea la posibilidad de evadirse del ‘proyecto’, empieza a formularlo y se derrumba.

      No sé cómo voy a sentirme cuando termine esto, dice.
      Yo sí.

    • Aspas

      5 de marzo de 2014

      Estamos tumbados en la cama. Acabas de decir que somos iguales, parecidos, que no somos tan diferentes, vaya. A continuación nombras una escalera. Miras hacia arriba. Lo dices dos o tres veces. Dices “todas las noches al acostarme veo ese ventilador lleno de polvo”. Asiento. No añado nada más. No sería oportuno decir que al acostarme, yo, noche tras noche, ni siquiera soy capaz de verte a ti.

    • Trópico de C.

      13 de febrero de 2014

      IMG_2670

      A mi madre le hicieron unas
      placas anoche,
      demasiado
      rápido y confuso,
      mil novecientos noventa y dos
      y en una sala de
      espera
      sus hermanos barajan opciones remotas,
      la eme mayúscula invasora,
      la eme intrusa,
      mamá,
      meten los dedos en sus bocas
      y sacan una masa sólida de
      peanuts,
      luego besan a sus hijos,
      a sus mujeres, jóvenes,
      besan sus sortijas hasta iluminar un punto desigual en la
      epidermis,
      creen perder el control y ponerse a llorar, pero
      ninguna emoción mueve los hilos de su
      rostro.
      Entonces piden perdón
      te piden perdón,
      mi padre ha cocinado una tortilla incomible
      que luego echaremos todos por el
      váter, tú
      te has remangado la ropa de
      hospital, mamá, evitas los
      ojos, pareces como en trance leyendo una revista, luz eléctrica,
      goteros,
      tu hermano pequeño toma la palabra,
      no es un permiso de fin de semana, dice, pero no durará mucho,
      ¿ella?, pregunta otro
      ella no, el miedo,
      cómo lo sabes
      porque siempre ha sido así, porque ninguno de nosotros se ha ido de repente,
      y qué dices de papá
      lo de papá fue distinto
      sabes
      en su película papá sigue vivo
      en su película te fuiste tú o
      yo o algún desconocido,
      mi padre sirve ahora un caldo congelado
      grumos de grasa como jodidos
      icebergs,
      un día gesticuló con su cuchillo de caza,
      tenía la cara
      pintada como un
      indio, había bebido
      seguramente,
      dijo que lo suyo era atrapar
      el alimento nunca
      cocinarlo, un
      sacerdote pasa de largo sin
      hablar de ti,
      mamá,
      habla de otro paciente dice:
      “no podemos negar que el Final
      hace el trabajo con suma
      delicadeza”.
      En unos años tu hermano (el mayor) pasará por lo
      mismo, agarrará la escopeta
      escaleras
      abajo,
      sus perros lamiendo el asfalto, se sentará a
      esperar. Cincuenta años después
      (cuando otra muerte lo empuje hasta la madriguera) alguien dirá que fue su Taramales
      el fiel,
      su Taramales,
      que la cabeza jaspeada de aquella criatura mostró dientes y
      encías,
      que se enfrentaron,
      que tu hermano de golpe consintió ser mordido,
      que la fiera moteada coló serrucho en
      brecha,
      que Taramales
      se introdujo tan hondo como pudo,
      que estuvo comiendo alacranes
      en la bandeja de
      clavículas,
      que se marchó llorando monte
      arriba. Alguien dirá también
      que en la boca llevaba dioses de
      petróleo.
      Mamá, vamos a suponer
      que tu doctor no estaba
      loco cuando te cubrió el rostro con la
      sábana,
      que no estaba chiflado cuando te
      dijo: “señora no se mueva”
      “las escenas que veo nunca se repiten”
      “en un cuarto de hora volverá a estar a salvo”.
      Tus pies no pararían de temblar.
      Preguntó a la enfermera la hora de la muerte
      el segundo exacto escrito en un informe.
      Era tan joven, comentó él.
      Con cuatro niños, respondió ella.
      (Sobreactuaban.)
      A los cinco minutos te descubrieron el rostro,
      te preguntaron si podías atarte los cordones tú
      misma, si necesitabas un taxi para volver a
      casa.

    • Idem.

      28 de enero de 2014

      en la bañera las noches
      pensando en ti, siento la piel -¿cómo diría?-
      tensa,
      si tus ojos me vieran sin control
      parental
      jurarías que soy un superhéroe.

    • De espaldas (2006)

      20 de enero de 2014

      Untitled-1 1080

      Es la chica, otra vez. Parece que se haya cortado el pelo ella misma. Hemos cerrado la puerta y
      de golpe no quiero que entre Laura, quiero que nos deje solos. De golpe no quiero que Laura
      sepa que he venido, que estoy aquí, que ella y yo nos hemos conocido, que ella y yo nos hemos
      hablado. No quiero que Laura sepa que me he dado cuenta de que ella misma se ha cortado el pelo.

      El suelo de la habitación está lleno de ropa, cosas que parecen tiradas al azar. Cuesta creer
      que todas sean suyas.

      En el fondo de mí mismo sé que algo va a salir mal. Que Laura va a entrar, que va a descubrir
      algo, que va a haber una fuerte discusión y todo se va a terminar allí.

      Miro su colección de discos en el otro extremo de la habitación. Ella duerme casi desnuda sobre
      la cama. Si quisiera podría ver
      la cuesta abajo de sus nalgas, la palidez repetitiva de su cuerpo.
      Ahora me muevo muy despacio y algo me dice que no debo mirar. Algo me dice que sería estúpido
      no hacerlo.

      - ¿Has visto lo que me hice en el gimnasio?
      Se baja el mini short con una mano y con la otra levanta la camiseta hasta el cuello.
      - ¿Cómo te has hecho eso?, pregunto.

      Ahora sus ojos están sobre los míos.
      Hablamos.

      Por fin me besa y siento que es un beso de Laura que se ha desviado y ha venido a parar a
      mi boca. Me produce una sensación tan extraña que me alejo de ella y espero unos instantes
      a que desaparezca.

      Ha pasado gran parte de la noche y apenas hablamos.
      En un momento dado ella ha querido saber si estaba deprimido y simplemente he respondido
      que no. Luego me ha dicho que es buena adivinando esas cosas. Por ejemplo, dice, antes te he
      visto sonreir y la sonrisa apenas se ha movido de tu boca, como atrapada -hace una mueca
      ridícula- incapaz de viajar más lejos.
      - ¿
      Te has fijado alguna vez en la sonrisa de los niños?
      Digo que sí.
      -
      Siempre viaja más lejos, incluso puedes sentirla en las costillas o en el cerebro
      de la gente, como si fuera una promesa.

      Ahora fuma apoyada contra la ventana y yo miro la cubierta de un libro que creo que es
      mío, que estoy seguro que es mío, apostaría cualquier cosa a que si hojeo sus páginas encontraré
      mi firma en algún sitio.

      Nos llegan sonidos del cuarto de Laura.
      -
      ¿A qué hora se va a trabajar?, pregunta.
      -
      Hacia las nueve.
      -
      Sólo quedan dos horas, dice.

      Se termina el cigarro, se desarma el pantalón y el sujetador y se mete en la cama. Me mira de golpe.
      - ¿Todavía sigues aquí?

      He abierto las cortinas dejando entrar la luz. Su habitación y toda la casa están en la primera planta
      y los semáforos apuntan a lugares desiertos y demasiado comunes. Unos pocos transeúntes rozan la
      ventana, pegados a la calzada como si gateasen.
      El aire es denso.
      Paladeo en la boca un sabor a final.
      Calculo el salto.
      Ella permanece sentada en la cama, dándome la espalda.
      La voz de Laura se escucha en el salón. Yo me siento en la repisa y me balanceo.
      Ella sigue sin decir nada.

      Me suelto.
      E
      l tiempo de caída es más largo de lo que pensaba. Me quedo esperando en el aire mientras caigo.
      Pero no me da miedo. El miedo y cada cosa que considero importante se han quedado de espaldas
      en esa habitación.

    • Tyler Brûlé

      10 de enero de 2014

      Imagen 12

      Texto: Guillermo Reparaz
      Revista Joyce (Enero/Febrero 2014)

    • A(mor)ritmética

      4 de enero de 2014

      throwdini

      (Imagen: The Great Throwdini. GR)

      Aquellos días locos
      una gripe infecciosa te mantuvo en la cama
      a medio gas.
      Tabletas de pastillas hablaban en tus manos más de lo
      debido.
      El radiador fingía ser una piscina ascendente
      sólo de ida. Moscas verdes sobrevolaban tu cuerpo sin descanso, algunas fibradas,
      otras huesudas,
      aunque me vieron cuidarte día y noche sus ojos de vinilo arquearon las cejas con
      superioridad e imitaron el ruido de
      cohetes en el
      aire.
      Tu respiración se hizo tan
      valiosa que seguramente Dios crease tubos invisibles
      para guardar el soplo y la
      Memoria
      del soplo.

      En algunos momentos me sentí optimista y traté de animarte.
      Como cuando te dije que en tu garganta, amor, el aire sería siempre un bucle
      infinito. Luego temí que mis ecuaciones sobre el papel
      pudieran avivar el hambre de aquel virus, así que regresé al garaje hasta caer la
      noche. No recuerdo bien que sucedió primero: si recibimos tus resultados o yo firmé
      la dichosa patente.
      Lo cierto es que inventé una máquina que calculaba todo.
      Un amasijo de hierros tan preciso -escribió un redactor de MondoGeek-
      que el Gran Throwdini y sus cuchillos pasaban a la sección de
      Variedades.
      Eso me permitió saber, por ejemplo, que 6 países abandonarían la democracia antes de tu
      desayuno o que 32 únicos astronautas                             (uzbecos todos)
      veían hoy la Tierra del tamaño de un
      ácaro. También
      aprendí que los aludes se llevaron este mes a
      7 monjas de rasgos
      lemurianos,
      que en nuestro tiempo juntos me dijiste ‘te quiero’ menos de
      2 veces
      que seguramente no siguiéramos juntos en primavera.

    • Un hombre en el cerebro

      25 de diciembre de 2013

      foto3
      A mi jefa le encontraron un hombre en el cerebro
      el perfecto ermitaño en masa blanca, sentado
      en diez segundos de glaciar fundiente
      con piernas cruzadas a sus
      anchas como un elefante
      sedado. Un tipo tan pequeño
      -según el neurólogo-
      que ocupaba un único país
      del intelecto. Su soledad enfermiza le hacía
      reclamar cosas imposibles: gatos hormonados como de telefilme
      viejas pinturas costumbristas
      ciudades satélite,
      presencias.
      En los momentos de mayor desesperanza
      cogía un pico y una pala y cercenaba trocitos de cerebro.
      Entonces los doctores ataban a mi jefa
      para evitar destrozos
      e inoculaban sustancias creativas junto a las
      cervicales.
      Del otro lado del cráneo un señor con bata blanca aparecía de golpe,
      abrazaba al ermitaño, le decía:
      - Jerónimo no estás solo, mira la pradera infinita
      otros duermen allí seguramente, como los perros haciéndose los
      muertos. Él enseguida reaccionaba
      manso, cumpliendo paso a paso
      las líneas de
      prospecto.
      Aceptaba los brazos de ese hombre
      dejaba caer el pico y la pala, le
      miraba de frente y le decía:
      - Doctor, ¿por qué nadie duerme entonces haciendo el
      vivo?

    • Scale of Grays

      15 de diciembre de 2013

      IMG_7374

      Poem: Guillermo Reparaz

      BIG MAGAZINE 36 & Javier Vallhonrat
      2002

       

    • Para Caidistas 9

      7 de diciembre de 2013

      la foto

      Un instante
      después  (quizá otro
      día o
      semana) Valentín explicó
      que Dios ejecutaba el truco de la
      caja. Elegía
                   a alguien del público
      te asaltaba en la calle
      en la cama en las
      duchas de la piscina
      pública
      caía sobre ti
      tu
      acompañante el centenar de
      sumisos tumbados
      en cabina
      con
      antifaz
      Samsonite & tomate en la
      solapa. Dios te
      elegía
      y entrabas
      en la caja
      sin otro pensamiento
      que el de
      agachar la frente
                      el morro de los
      coches sus
      babas de metal hacia el
      abismo.
      Al otro
      lado Dios
      estornudaba
      inocente
      una china con camiseta de los
      Stones contenía la respiración en su nariz de
      pelos,
      el Señor D.
      cerraba la caja
      volteándola aprisa &
      pronunciaba
      vocablos en arameo
      avanzado.

      luego
      el silencio posterior, la mano
      inocente abriendo la
      caja los
      aplausos,
      el niño, todos
      incrédulos esperan
      a que vuelvas
      a más tardar después del corte publicitario
      reparten bocadillos
      “regresen
      a su
      asiento”
      el
      verdadero milagro
      ha de producirse
      ahora o nunca.

      Valentín diría que Dios era tan solo otro hombre embrutecido

      con los ojos cada vez más
      hinchados
      pestañas en la
      caja no
      apareces.

    • ‹ Posts Antiguos Posts Recientes ›

      Guillermo Reparaz - Diarios

        DiariosBlog de Guillermo Reparaz