4 de enero de 2014
(Imagen: The Great Throwdini. GR)
Aquellos días locos
una gripe infecciosa te mantuvo en la cama
a medio gas.
Tabletas de pastillas hablaban en tus manos más de lo
debido.
El radiador fingía ser una piscina ascendente
sólo de ida. Moscas verdes sobrevolaban tu cuerpo sin descanso, algunas fibradas,
otras huesudas,
aunque me vieron cuidarte día y noche sus ojos de vinilo arquearon las cejas con
superioridad e imitaron el ruido de
cohetes en el
aire.
Tu respiración se hizo tan
valiosa que seguramente Dios crease tubos invisibles
para guardar el soplo y la
Memoria
del soplo.
En algunos momentos me sentí optimista y traté de animarte.
Como cuando te dije que en tu garganta, amor, el aire sería siempre un bucle
infinito. Luego temí que mis ecuaciones sobre el papel
pudieran avivar el hambre de aquel virus, así que regresé al garaje hasta caer la
noche. No recuerdo bien que sucedió primero: si recibimos tus resultados o yo firmé
la dichosa patente.
Lo cierto es que inventé una máquina que calculaba todo.
Un amasijo de hierros tan preciso -escribió un redactor de MondoGeek-
que el Gran Throwdini y sus cuchillos pasaban a la sección de
Variedades.
Eso me permitió saber, por ejemplo, que 6 países abandonarían la democracia antes de tu
desayuno o que 32 únicos astronautas (uzbecos todos)
veían hoy la Tierra del tamaño de un
ácaro. También
aprendí que los aludes se llevaron este mes a
7 monjas de rasgos
lemurianos,
que en nuestro tiempo juntos me dijiste ‘te quiero’ menos de
2 veces
que seguramente no siguiéramos juntos en primavera.