13 de febrero de 2014
A mi madre le hicieron unas
placas anoche,
demasiado
rápido y confuso,
mil novecientos noventa y dos
y en una sala de
espera
sus hermanos barajan opciones remotas,
la eme mayúscula invasora,
la eme intrusa,
mamá,
meten los dedos en sus bocas
y sacan una masa sólida de
peanuts,
luego besan a sus hijos,
a sus mujeres, jóvenes,
besan sus sortijas hasta iluminar un punto desigual en la
epidermis,
creen perder el control y ponerse a llorar, pero
ninguna emoción mueve los hilos de su
rostro.
Entonces piden perdón
te piden perdón,
mi padre ha cocinado una tortilla incomible
que luego echaremos todos por el
váter, tú
te has remangado la ropa de
hospital, mamá, evitas los
ojos, pareces como en trance leyendo una revista, luz eléctrica,
goteros,
tu hermano pequeño toma la palabra,
no es un permiso de fin de semana, dice, pero no durará mucho,
¿ella?, pregunta otro
ella no, el miedo,
cómo lo sabes
porque siempre ha sido así, porque ninguno de nosotros se ha ido de repente,
y qué dices de papá
lo de papá fue distinto
sabes
en su película papá sigue vivo
en su película te fuiste tú o
yo o algún desconocido,
mi padre sirve ahora un caldo congelado
grumos de grasa como jodidos
icebergs,
un día gesticuló con su cuchillo de caza,
tenía la cara
pintada como un
indio, había bebido
seguramente,
dijo que lo suyo era atrapar
el alimento nunca
cocinarlo, un
sacerdote pasa de largo sin
hablar de ti,
mamá,
habla de otro paciente dice:
“no podemos negar que el Final
hace el trabajo con suma
delicadeza”.
En unos años tu hermano (el mayor) pasará por lo
mismo, agarrará la escopeta
escaleras
abajo,
sus perros lamiendo el asfalto, se sentará a
esperar. Cincuenta años después
(cuando otra muerte lo empuje hasta la madriguera) alguien dirá que fue su Taramales
el fiel,
su Taramales,
que la cabeza jaspeada de aquella criatura mostró dientes y
encías,
que se enfrentaron,
que tu hermano de golpe consintió ser mordido,
que la fiera moteada coló serrucho en
brecha,
que Taramales
se introdujo tan hondo como pudo,
que estuvo comiendo alacranes
en la bandeja de
clavículas,
que se marchó llorando monte
arriba. Alguien dirá también
que en la boca llevaba dioses de
petróleo.
Mamá, vamos a suponer
que tu doctor no estaba
loco cuando te cubrió el rostro con la
sábana,
que no estaba chiflado cuando te
dijo: “señora no se mueva”
“las escenas que veo nunca se repiten”
“en un cuarto de hora volverá a estar a salvo”.
Tus pies no pararían de temblar.
Preguntó a la enfermera la hora de la muerte
el segundo exacto escrito en un informe.
Era tan joven, comentó él.
Con cuatro niños, respondió ella.
(Sobreactuaban.)
A los cinco minutos te descubrieron el rostro,
te preguntaron si podías atarte los cordones tú
misma, si necesitabas un taxi para volver a
casa.