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      14 de abril de 2014

       myfriend

      Conozco a Nora en una ruleta de cámaras web. Ella me ve, yo la veo y si alguno de los dos se cansa del otro basta con pulsar el botón Next para hacernos desaparecer. He empezado la mañana en chats tradicionales, palabras minúsculas, emoticonos, gordas a la defensiva y babosos ofreciéndote meneos en la web cam. Cinco nicks femeninos me niegan el privado y luego me insultan en la sala general. Escriben cosas que aspiran a ser ingeniosas aunque no lleguen siquiera al nivel de ocurrencias de Stephenie Meyer. Los chats tradicionales están llenos de zombies femeninos de la autoestima, robots cargados de publicidad y tipos colocados de testosterona. Ellas preguntan si eres policia o bombero, si estás aquí sólo por el sexo, si eres 100% español, si lo que buscas en una chica “en realidad” está dentro o fuera de su jersey. Ellos preguntan si tienen videocámara, si son divorciadas, latinas, obesas, negras, abuelas, menores, si están en paro y necesitan dinero y lo último y más importante, si quieren presenciar cómo se tragan su propia materia blanca.

      Describiré a Nora: rubia, pasada de peso, con una piel tan fina que si dibujases una docena de puntos en su epidermis cada uno de ellos parecería distinto.
      Su habitación es diminuta, luz tungsteno, cuadros hiperrealistas, un sofá con manchas de dudosa procedencia, como caras de Bélmez o drippings aleatorios con caldo de pollo.
      La proporción de hombres y mujeres hasta encontrar a Nora ha sido de 50 a 3.
      Nuestra conversación empieza así:

      Ella: vaya, uno que no está enamorado de su p****.
      Yo: ni de la mía ni de las 9999999999999
      Yo: que he visto
      Yo: antes de encontrarte.
      Ella: -riéndose- no dejaría entrar aquí a mis hijos.
      Yo: ¿Tienes hijos?
      Ella: ni en broma, pero si los tuviera no les expondría a esta lucha de espadas
      Yo: no me extraña
      Yo: además muchas son enormes.
      Ella: eso quiere decir que te has quedado mirándolas…
      Yo: era imposible no verlas.
      Ella: … como un gato petrificado
      Ella: frente a los faros
      Ella: de un coche
      Ella: pero tienes razón
      Ella: algunas de esas p***** serían capaces de abrir a una chica en canal.
      Yo: muchas parecen irreales.
      Ella: es posible que lo sean
      Ella: aunque no soy ninguna experta
      Ella: en alargamientos de p***.
      Yo: ahora que lo dices
      Yo: recibo Spam a diario con terapias milagrosas
      Yo: para ganar centímetros
      Yo: quizá sea una señal.
      Ella: todo en Internet es una estrategia de marketing
      Ella: créeme
      Ella: entras aquí, ves p**** enormes, recibes Spam de alargamiento de p**** y te lanzas desesperado
      Ella: sobre tu tarjeta de crédito.
      Yo: ¿de dónde eres?
      Ella: Finlandia. ¿Tú?
      Yo: España.
      Ella: pareces turco.
      Yo: tú irlandesa. ¿Son tuyos los dibujos de la pared?
      Ella: sí, ¿te gustan?
      Yo: creo que sí, aunque
      Yo: están lejos
      Yo: de la cámara.
      Ella: ¿acaso quieres que te pinte?
      Yo: preferiría esperar
      Yo: algunos meses
      Yo: quieres
      Yo: por si la terapia de alargamiento de p****
      Yo: funciona como dicen.

      Una ecuación en códigos cifrados lanza las cámaras de un continente a otro. Aleatoriamente. Ahora un agujero en Filipinas. Ahora un loft en Chicago. Ahora un colmado en Vallecas. En el centro de la imagen: p****s, p****s, p****s. Adelante y atrás y otra vez adelante, extrañamente vivas, en bucle, proclamando a los cuatro vientos que seguramente son las cosas menos absurdas del universo.

      Antes de Nora conozco a otra mujer. Un escote como una frutería. Mejillas irregulares, picadas, se contonea torpemente al estilo de un viejo Citroen.
      Ella: cariño
      Yo: dime
      Ella: cariño tu p**** es muy interesante.
      Yo: perdona cómo dices
      Ella: hablaba de tu p****
      Ella: cariño
      Yo: estoy en plano medio-corto
      Yo: lo siento
      Yo: un plano medio-corto cierra la imagen en la mitad del torso
      Yo: es técnicamente imposible
      Yo: que estés viendo mi p****.
      Sonríe.
      Ella: y acaso no crees
      Ella: cariño
      Ella: que eso convierte tu p****
      Ella: en interesante y misteriosa

      Aprieto el botón Next. 50 a 3. Salto a otra cámara que, curiosamente, es una p**** que parece viva, que tal vez está viva, que seguramente lo esté, tantas venas irregulares que podría pasar por una imagen aérea de carreteras. La ruleta de cámaras me hace pensar en la letra adolescente de una canción de Ke$ha: “Si sólo es esta noche/el ANIMAL de tu interior/déjalo vivir y luego morir”. No es sólo una metáfora. Llevo más de media hora viendo cómo un puñado de majaras condescendientes alumbra y asfixia a sus animales contra el teclado. Incluso veo una p**** tan grande que me sorprendo a mí mismo calculando mentalmente la cantidad de sangre que necesita bombear para que se levante.

      Una chica filipina me pregunta si tengo Nimbuzz. No sé qué demonios es Nimbuzz así que lo descargo y hago click en su menú Conoce un Extraño.
      Funciona así:
      Escribe C para conectarte.
      C.
      Extraño: eres hombre o mujer
      Yo: hombre
      El usuario se ha desconectado.
      C.
      H o M?
      H
      El usuario se ha desconectado
      C.
      H, tú?
      H
      El usuario se ha desconectado
      Yo: H
      El usuario se ha desconectado

      Aparece Nora cepillándose el pelo. Me dice que ha ganado un premio con su escuela de creatividad. Me dice que se trata de un sencillo programa informático con señal inalámbrica instalado en la recepción de las pequeñas empresas. Me dice que ella tuvo la idea. Me dice también que su única función es captar la llegada de los trabajadores. Le pregunto qué tipo de bienvenida.
      Al estilo de los boxeadores de Las Vegas, dice. Medio minuto antes de llegar, la señal inalámbrica de la recepción localiza tu ID en un dispositivo y por el hilo musical del hall de entrada se escucha de forma atronadora la canción que tú quieras. Los estudios han demostrado que el rendimiento de un trabajador bien recibido alcanza cotas increibles de productividad. Le pregunto a Nora qué canción elegiría ella.
      Me dice que cualquiera de Sibelius.
      Le pregunto si Sibelius es un héroe de Marvel.
      Se ríe.

      Ahora es un tipo avejentado. Con bigote. Tiene un bigote negro. Tiene un bigote tan espeso que podría barrer un apartamento de 40m2 sin sentir calambres en el labio. Me pregunta si voy a jugar con él. Le digo que no. Responde que no importa, que él tal vez lo hará en un rato, que ahora sólo le interesa “hablar de todo y de nada”. Lleva un anorak de nylon y es de un pueblecito de Wysconsin y tiene una franquicia de jeeps usados y un perro en el salón que parece un caballo. Le pregunto qué busca en esta web. Él responde que hombres, claro, y mujeres. La música distorsionada de su sala de estar satura mis altavoces. No sabría decir si es Arcade Fire o una versión psicodélica de la Lambada. Me pide que me relaje, que no esté a la defensiva.
      -
      No importa lo reservado que seas, dice, lo importante es que estás aquí, que no has pulsado Next. Lo importante es que alguien como tú está hablando con alguien como yo.
      Ahora me dice que entre él y su versión de media hora hay una diferencia “de bulto”. Sonrío. Le pregunto cómo se siente al hacer cosas con extraños. Me dice que bien. Me dice que todo hombre hace “lo que tiene que hacer ni más ni menos, aunque luego”, añade, “te sientas basura”. Me dice que la relajación sexual es la mejor terapia de realidad, que cada hombre debe abrir un espacio de seguridad entre él y sus pasiones. De lo contrario, explica, resulta incómodo y hasta vergonzoso seguir viviendo.

      (…)

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