el chico había soñado con su abuelo tiempo atrás en ocasiones buscaba su escondite eterno ¿aquí abuelo?, decía y se paraba a escuchar el abuelo respondía con palabras extrañas. Aquel día miró al cielo convencido pero Valentín negó con tanta rabia que cayeron gruesos cantos sobre el capó de los coches charcos oscuros y profundos y aplastaron de forma accidental kioscos de prensa papeleras parquímetros delgados como indios. No imagines arcoiris abarrotados de ángeles, replicó Valentín. El cielo es sólo un techo con chinchetas un espejismo de estrellas retroiluminadas. ¿Y Dios?, preguntó el chico ¿no vive entre vosotros? su abuelo se quedó entonces mudo. Un instante más tarde (quizá otro día o semana) dijo que dios era un espacio interminable como una vieja barca en un garaje como la diminuta cassette de los contestadores automáticos de antaño, aquel rincón de cinta silenciosa, insistió donde hombres y mujeres hacían vivir sus voces esperando -sin derecho alguno a la desesperación- que alguien respondiese a sus llamadas