[007]

26.05.2004

[008]

Lluvia, 2004

[009]

Escala de grises

[010]

Boston, 2005

[011]

Ema 1

[012]

Inutile, inutile

[013]

Para Caidistas 1

[014]

Ema 2

[015]

Para Caidistas 4

[016]

Para Caidistas 5

[017]

Ema 3

[018]

Para Caidistas 7

[019]

Ema 4

Ema, aquella única noche había una pared más oscura que las
otras y al acercarnos descubrimos que habían escrito en ella.
Parecían hormigas pero cada minúsculo insecto era una palabra
diferente.
Tú me preguntaste si creía en las casualidades. Es decir, si
nuestro encuentro era insignificante para mí o si pensaba que
marcaría el tiempo de alguna forma.
Tu pregunta me pilló por sorpresa y durante unos segundos no
acerté a decir nada.
En la pared alguien había escrito ‘zorra’, alguien había escrito
‘habitación del fondo, soy el varón con nariz grande y sudadera
de la Universidad de California’.
Tú añadiste que era muy pronto para saberlo, que ni siquiera
habíamos agotado aquella noche juntos, pero las primeras
impresiones eran importantes y tú querías conocer las mías.
Te respondí que mañana te recordaría. Lo dije tan aprisa que
ambos nos quedamos con ganas de más.
Al igual que recuerdas a las dos gemelas, preguntaste.
Quiero creer que no.
Entonces como a quién.
Te dije que no estaba seguro de saber explicarlo.
Me pediste que al menos lo intentase. Aunque el cheroqui se
había quedado en la otra habitación yo pronuncié su nombre.
El chico mexicano, dijiste. ¿Me recordarás igual que a él?
Negué con insistencia mientras gesticulaba. 
Me quedé en silencio y perdí el hilo de lo que realmente quería
decir. 
Volví a empezar sin saber adónde iba. “No como al
chico mexicano”, supe decir a tientas mientras la auténtica 
respuesta se iba formulando. Y entonces completé:
“Me refiero a recordarte como a ese extraño ritual de alcohol y 
sangre, como a una letra escrita junto al pecho”.
En la pared alguien había escrito ‘mientes’, alguien había escrito
la palabra ‘intimidad’, alguien había escrito extractos de I have
a Dream de Abba: “...mi destino hace que valga la pena la
espera/empujando a través de la oscuridad, aún otra milla”.

En la pared, a diez centímetros de ella y en algún rincón extraño 
y conocido, tuve la errónea sensación de que al soltar al fin esa 
respuesta tú pegabas tu cuerpo contra el mío, y que más allá de 
la chaqueta no llevabas nada, Emma, y al mismo tiempo estabas 
tú.