[007]

26.05.2004

[008]

Lluvia, 2004

[009]

Escala de grises

[010]

Boston, 2005

[011]

Ema 1

[012]

Inutile, inutile

[013]

Para Caidistas 1

[014]

Ema 2

[015]

Para Caidistas 4

[016]

Para Caidistas 5

[017]

Ema 3

[018]

Para Caidistas 7

[019]

Ema 4

Ema, en nuestra única noche juntos alguien vomitó las tripas en
la basura y una expedición a lo ‘boyscout’ puso en cuarentena
aquella bolsa escaleras abajo. Entretanto miré por la ventana y la
ciudad me pareció sin vida. Stromboli me preguntó si me había
fijado en tu chaqueta de pieles y le contesté que sí.
No lleva nada debajo, dijo apretando los dientes, por supuesto
que lleva, protesté. Stromboli estaba convencido de que eras esa
clase de chica y yo le dije que no, que tú no, Ema. Uno de esos
cotilleos inagotables, el radiador siseaba con fuerza y me
arrastraste hasta un salón lleno de sillas. Nos llamó la atención la
geometría perfecta en la mandíbula de un joven cheroqui (más
tarde descubrimos que se trataba de jugador de fútbol americano
recién llegado de México DF). A su lado un francés con mono de
garaje explicaba que su empresa estaba a punto de nacer. Soy
ingeniero, dijo, y acabo de patentar unos globos aerostáticos por
control remoto capaces de grabar el movimiento de los barcos en
alta mar. He firmado un contrato con el ejército francés. Así que
vas a ser millonario, añadió alguien con entusiasmo, pero él no
respondió, tenía la mirada fija en el cheroqui. Otro mexicano
con ojo de cristal empezó a hablar de su amigo. Dijo que era una
leyenda. Dijo que en la final del campeonato había acelerado en
la pista, sesenta mil espectadores imagínate, y él a zancada
limpia, su nombre rugiendo en las gargantas. Tonterías, dijo el
francés, pero nadie pareció escucharle. El mexicano del ojo de
cristal se dirigió a su amigo: Ernesto, enséñanos el torso, dijo. El
joven de mandíbula perfecta se levantó la camiseta para dejar a
la vista una cicatriz rudimentaria con forma de P, una
escarificación, nos explicó su amigo, eso siempre sucede cuando
entras en Pumas, llenas tus tripas de tequila, chupas todo lo que
puedes y luego rompes la botella y la clavas en tu pecho y dejas
que mane ese jugo vital mientras sigues bebiendo, y escribes una
P con buena caligrafía a escasos centímetros del corazón.
Tonterías, repitió el francés con agresividad pero el cheroqui
regio de mandíbula perfecta apenas se inmutó. Bebió otro trago
de su botella y un escalofrío debió recorrer su torso a la altura de
la cicatriz, quizá rememorando esa suerte de punzadas, porque
la piel se erizó y su cerveza hizo volar algunas gotas sobre 
nuestros zapatos en una forma que me hizo pensar en la casa de 
la cascada de Frank Lloyd Wright.