[007]

Steve Jobs

[008]

Ron Arad

[009]

Blek Le Rat

[010]

Chris Bangle

[011]

David Copperfield

[012]

Samuel Beckett

[013]

Karim Rashid

[014]

Lille 2004

[015]

Jenson Button

[016]

Ernst Junger

[017]

Rineke Dijkstra

[018]

Kao San Road

[019]

Marc Newson

Steve Jobs era una rata de garaje. En el diminuto habitáculo los
días son idénticos. Pero no estaba solo. Steve Jobs le decía a su
amigo Wozniak: tú crees que será posible realizar esta idea.
Wozniak se reía. Me cortaría un maldito brazo a que no es
posible, Steve, qué cosas se te ocurren. El mundo de Steve Jobs
tenía menos reglas que dedos de una mano, pero las pocas que
había eran inamovibles. Una de las reglas de Steve Jobs era que
Wozniak, su amigo, nunca se equivocaba. Amigo Wozniak decía,
tienes mucha razón, y se paraba a mirar los esqueletos de pizza
y el fogonazo de neón tiñendo sus melenas. Pero un instante
después se incorporaba de nuevo y colocaba su mano sobre el
hombro de Wozniak. Hey Woz, decía, juguemos a algo estúpido
quieres, juguemos a que es posible, siquiera, intentarlo. Steve
Jobs detestaba los ordenadores. Él soñaba con crear una
máquina que fuera más veloz que la mente humana. El
problema es que su mente iba cada vez más deprisa y el
proyecto se volvía más ambicioso. Un día en el garaje trazaron
una línea. Un eje cronológico. Tardarían varias décadas en
acometer su objetivo. No se desmotivaron en absoluto. Pocos
años después, cuando su pequeña criatura veía la luz, con barbas
afeitadas y camisas de rayas, Jobs le dijo a Wozniak: lo
importante allí abajo no eran mis ideas, lo importante siempre
fueron tus atajos. Si nuestro razonamiento fuese tan intuitivo
como sus manzanas, diríamos que un grupo de mecánicos
cambió por siempre el mundo. (Joyce. Noviembre 2011)