[007]

Steve Jobs

[008]

Ron Arad

[009]

Blek Le Rat

[010]

Chris Bangle

[011]

David Copperfield

[012]

Samuel Beckett

[013]

Karim Rashid

[014]

Lille 2004

[015]

Jenson Button

[016]

Ernst Junger

[017]

Rineke Dijkstra

[018]

Kao San Road

[019]

Marc Newson

A veces una estatua de bronce, a veces un árbol, en ocasiones un
ser humano. Sus retratos evocan las tres dimensiones:
agrietados, porosos, atravesando el papel. Nostálgicos de
Beckett el inconsolable, de Beckett el puro, enamorado de la
vejez y amoroso de su enfermedad. Como si el gran estímulo de
su vida hubiera sido, sin más, desvanecerse.

Se hizo famoso por la desnudez de su estilo, por lo cortante de
sus frases y la mirada de águila. Él fue pureza contra
cerebralismo, y su arte consistió en reducirlo todo hasta la
esencia. Sin retórica. Su necesidad vital de sencillez sigue
contenida en una frase que le dijo a Charles Juliet: “Esta noche
he tenido un largo insomnio y he pensado en una obra de
teatro”, dijo. “Durará un minuto.”

Siempre fue meticuloso en su forma de vestir, amante de los
tejidos y apasionado por su tactilidad. Y a pesar de ser muy
sobrio y muy formal, supo permitirse excesos sentimentales,
como esa boina de cuero que le regaló Suzanne. Incluso supo
ironizar con el estilo: “El cliente: Dios hizo el mundo en seis
días y usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis
meses/El sastre: Pero señor, mire el mundo y mire su pantalón.”

Ajeno a su éxito, a su Premio Nobel, a las arrugas, las canas, la
palidez, siempre fue consciente de su falta de talento para la
felicidad. Triunfó sin embargo en muchas otras cosas: siendo
perfecto a su manera, hermoso, único, auténtico y real. Con una
visión capaz de taladrar profundamente, y convirtiendo -ante los
ojos sorprendidos del mundo literario- el Yo en un lugar. Su obra
fue algo más que simple materia gris. Gris Beckett.

(Joyce. Febrero 2008)