Al principio, su interés, resulta sincero. Apretones de manos y media sonrisa. Un segundo después se vuelve apático. Ron Arad (Tel Aviv, 1951) hunde la zarpa en su barba de tres días. Está sentado en la última planta de la Tate Modern de Londres rematando una copa de Bombay Sapphire. Es uno de los grandes iconos del diseño contemporáneo, un hombre singular cuya presencia puede resultar irritante. Ejemplo. Tras la primera pregunta cierra los ojos. Se queda pensativo, en silencio. Enseguida se levanta para buscar otra copa. (La grabadora registra su ir y venir). Ahora saca el teléfono, lo zarandea y pregunta: “¿puedo llamar a mi agente?”. Por supuesto, señor, no faltaría más. Su voz es una mezcla de flema británica y cuchicheo hipnótico de Oriente Próximo. Tiene los ojos diminutos o la mirada hacia dentro, y no cuesta asociar a un personaje como este con su obra tan personal e inesperada. Al cabo de un buen rato se incorpora y se gira. “Perdona, ¿decías algo?”. ¿Qué significa ser moderno? Lo moderno está pasado de moda. Ahora vivimos la experiencia de lo contemporáneo. ¿Era usted un buen estudiante? Siempre fui pésimo en clase. Pero más como un outsider que como un marginado. Era como si fuera tartamudo. Mi cerebro echaba chispas, pero quizá no en la buena dirección. ¿De dónde viene su pasión por los sombreros? Siempre he querido ser distinto. De este modo –y aunque todos piensen que soy un egocéntrico- me encanta utilizar sombreros divertidos. Detesto la ropa con logos, pero mis sombreros son como palabras de mí mismo. Además, me encanta llevar sombrero cuando conduzco, así que necesito ir en coches con techos muy altos… La crítica le adora. ¿El mercado también? Muchos de mis diseños se han vendido muy bien. Tanto es así que si quisiera podría vivir únicamente con los royalties. De mi estantería Bookworm Bookshelf, por ejemplo, se han vendido más de 1000km. Pero los objetos tienen fecha de caducidad, así que tienes que estar reinventándolos continuamente. (Man. Octubre 2008)