[007]

Steve Jobs

[008]

Ron Arad

[009]

Blek Le Rat

[010]

Chris Bangle

[011]

David Copperfield

[012]

Samuel Beckett

[013]

Karim Rashid

[014]

Lille 2004

[015]

Jenson Button

[016]

Ernst Junger

[017]

Rineke Dijkstra

[018]

Kao San Road

[019]

Marc Newson

Días en Champagne. Madrugadas a cuclillas en el Valle del
Somme. A ratos escribe, desde el rasguño colosal en medio de la
tierra. Luego dispara. La guerra, anota, es la madre de todos.
1916 y clava las rodillas temblando entre la lluvia. Pausa. Una
mancha de hombres se desploma. Peligrosamente libre, inmune,
astuto. Fue Ernst Jünger: cronista de un siglo de horrores.

Ni inocente espectador ni intelectual acobardado. Él estuvo allí.
En la primera. En la segunda. Y regresó. Fue testigo de la
muerte de un millón de hombres sólo para que los aliados
ganasen diez kilómetros. Sobrevivió a dos grandes monstruos
-Hitler y Stalin- en casi medio siglo. Y siguió adelante. Su
elegancia y buen porte nunca trepidaron. Ni tampoco su
espíritu: su impulso nos guió durante más de cien años.

Teniente. Novelista. Pensador. Entomólogo. Jünger rechazó su
vida burguesa para enfrentarse a lo excitante y lo inaudito. Leer,
estudiar, mirar, analizar. En ocasiones le bastaba con el mundo
exterior. Otras veces viajaba dentro sí mismo. Su vida fue un
cóctel de André Gide, devastación y ácido lisérgico. Aquí está
un hombre libre, diría Mitterand del probo centenario. Ese
anciano vital, pálido, lumínico.

Supo enfrentarse a la catástrofe con traje limpio y buena cara,
alternando el fuerte brío militar con el aura del bohemio y
buscador de coleópteros. Pero la fuente de su elegancia no
estaba a la vista. A veces su largo cuello dibujaba una curva
sensual sobre la espalda. Entonces, una idea que arrancaba en la
punta de sí mismo era capaz de encender a muchos otros,
irrumpiendo en las mentes como una bengala.

(Joyce. Octubre 2007)