“Todos hemos sufrido a un mago horrendo al menos una vez en la vida”, dice el ilusionista estadounidense Dan Sperry con la cara pintada como una puerta. “Ya fuera nuestro tío haciendo aparecer una moneda detrás de la oreja o ese mago alcohólico contratado por los padres y que arruinaba todos los cumpleaños. Pero eso ha terminado.” Para él todo empezó con David Seth Kotkin (1956), aquel joven de Michigan que sustituyó los tradicionales trucos de cartas por ilusiones monumentales. Famoso más tarde como David Copperfield, todo el mundo aguantó la respiración mientras hacía desaparecer la Estatua de la Libertad, atravesaba sin resistencia la Muralla china o levitaba alegremente sobre el Gran Cañón. “Yo no sabía lo que era la magia. Mis abuelos me llevaron con cuatro años a un espectáculo y lo primero que vi fue a ese hombre cortándose a sí mismo por la mitad. No había cajas ni ninguna otra cosa que pudiera disimular el truco. Veías las cuchillas penetrando la carne y yo cerraba los ojos porque sabía que Copperfield iba a morir”. Hoy basta con asomarse a Internet para empezar a intuir lo que entendemos por magia. Primer ejemplo: Kevin James en el escenario americano de Tienes Talento. Agarra una sierra eléctrica y corta a su ayudante por la mitad. Luego une los trozos con una grapadora y ambos se marcan un baile. El japonés Cyril Takayama se arranca la cabeza en un show coreano y vuelve a colocársela unos segundos después. El mentalista Derren Brown pide a un espectador que cargue su pistola para jugar a la ruleta rusa. Cree adivinar dónde está la bala y a punto está de dispararse a sí mismo. Al final resuelve el truco con cara de pavor y llora como un niño abrazado a su ayudante. No es para menos. Además de por su espectacularidad y perfecta ejecución, muchos trucos son impresionantes por el riesgo que implican. Que le pregunten al mismísimo David Copperfield, que el pasado diciembre interrumpió su espectáculo en Las Vegas para llevar a urgencias a uno de sus ayudantes. En un truco en el que el mago debía caminar sobre un ventilador, este impactó en la cara y brazo de su asistente provocándole cortes y fracturas múltiples. Según Associated Press, el telón se cerró justo en el momento en que el trabajador sufrió el accidente, a pesar de que todo el escenario ya estaba cubierto de sangre. “Algunas veces cometes fallos”, asegura David Sperry. “Pero en el 99% de los casos el espectador no se da cuenta porque existen muchas formas de disimularlos”. Hace sólo unos meses el escapista canadiense Dean Gunnarson estuvo a punto de recrear la muerte de Houdini, su gran ídolo: “Me ataron con cadenas, me metieron en un ataúd y me lanzaron al Red River”, recuerda. “En algún momento dejé de escuchar los gritos de aliento de las 10.000 personas que estaban allí. Pasé bajo el agua cuatro minutos y no conseguí salir. Estaba azul, inconsciente…y muerto”. Los servicios médicos consiguieron reanimarle y cuando la prensa preguntó a la policía si Dean Gunnarson había abandonado el ataúd con daños cerebrales, los agentes respondieron: “desde luego no había más daños cuando salió que cuando entró”. (Man. Junio 2009)